Es un lugar agradable, empezando por la armonía del espejo de agua que va desde la entrada hasta las mesas. Uno se transporta a otra parte, sin que esté claro a dónde, pues su decoración es ecléctica, como un teatro con diversos escenarios. Por un lado está una gran cocina hogareña, con su horno de leña abierta para que los comensales puedan ver cómo se preparan las pizzas (mismas que se pueden llevar a casa) y otros platillos.

Esta particular cocina está rodeada de vestigios de una villa provenzal, protegidos por un moderno techo que deja a la vista todos los ductos por donde pasa el aire. Debajo de este techo se encuentra un área del restaurante tipo bistrot; por otro lado está un gran ventanal, con mesas en donde se respira otra atmósfera. El piso tiene un estilo parecido al de Gaudí, una moderna barra, juegos para niños, un espacio para echar los drinks y ver el fut con los cuates… en fin, es un lugar muy versátil en el que cada rincón puede tener un ambiente diferente.

Vale la pena echarle un ojo a la carta de vinos: no es muy extensa, pero tienen buena variedad a precios accesibles. Al servicio se le va de vez en cuando el avión, pero en general es muy atento y amable. Ojalá se pudiera hablar de la comida de la misma manera que de la decoración. La carta es bastante amplia, tiene todo tipo de antipastos calientes y fríos, pastas, pollo, pescado y carne.

Dentro de los antipastos fríos tienen la clásica ensalada caprese. Normalmente, el chiste de este antipasto está en la calidad de la mozzarella y la frescura de la albahaca; pues bien, la mozzarella no está ni suave ni jugosa, y si uno tiene tiempo puede jugar a las escondidillas con la albahaca, pues no es fácil encontrarla. Los jitomates son mucho más grandes que la mozzarella. El toque de esta ensalada está en la vinagreta de la casa. El pan es muy bueno y fresco, no el grissini, particularmente –se desmorona con sólo tocarlo–, pero la chapata y el bolillo están muy bien hechos: su migajón no es poroso ni duro, como cuando está viejo y ha sido recalentado.

El menú ofrece varias pastas, como penne all’ arrabbiata. Para mejorar el sabor de su salsa –le falta un poco de todo– se le puede poner parmesano rayado, pimienta fresca y peperoncino.

Para terminar, el mesero trae su carrito con postres que se ven como si llevaran ahí días. No se antoja ninguno. Por suerte, tienen una sugerencia que no va en el carrito. Se llama xango y resulta ser lo más rico de la comida. Viene calientito, con una pasta de hojaldre crujiente y plátanos que se deshacen en la boca.

Es un lugar simpático y agradable para ir en familia, con la novia o con los cuates. Sus precios son accesibles y el servicio es atento. Es un restaurante, sobre todo, para ir pasarla bien, sin tener altas expectativas sobre la comida.