A la entrada ves su caja antigua que todavía funciona. Hay oficinistas que llegan a la hora de la comida, muchos vecinos y algún borracho que asiste con regularidad. Es un día cualquiera en el Centro de la Ciudad de México, y uno de los muchos que ha visto esta cantina en sus más de 60 años de existencia.

Una mujer sola comparte su mesa con un desconocido para que pueda ver el futbol. La mayoría de los clientes se sienta alrededor de la barra. Justo encima, está el único detalle antiguo en el lugar: un techo de madera que apenas se puede apreciar después de un betún de múltiples capas de pintura café.

Las paredes son color salmón y están decoradas con unas fotos de colores y unos cuadritos de espejo bordeados de aluminio. En la mesa hay una cuchara, adentro de un vaso con tantita agua, lista para mezclar tu bebida. Por cada ronda te preguntan si quieres algo más de un menú muy sencillo: sopa de pasta, arroz con huevo y pollo con champiñones.

Y ¿por qué se llama Dominica? Porque está cerca de Santo Domingo. Así de simple y aquí simplemente vienes a beber.