Entre el caos de la Zona Rosa y las dobles filas de los autos, se encuentra El Dragón, un restaurante de comida china que contrasta con el ambiente de afuera.

Es de noche y sólo hay cinco mesas ocupadas. A los comensales parece no importarles que la música del exterior se mezcle con la del lugar. Y es que entrar aquí es entrar a otro mundo: cuadros chinos adornan las paredes; mesas y sillas de madera barnizada semejan la decoración de un salón de fiestas, aunque el estilo de las lámparas es sobrio.

Lo único que no es chino, además de los dueños y el cocinero, son los meseros, sin embargo, Juan habla como todo un conocedor. Sugiere probar los calamares fritos: pequeños, crujientes y bien servidos. Dan la sensación de que se está masticando un chicloso suave y salado, mezclado con sabores penetrantes: cebollín y pimienta china, ingredientes tan intensos como los chiles verdes con soja.

La segunda entrada son unos simétricos y bien formados rollos primavera. Su porción de verduras es tan fresca que da tristeza mezclarla con la salsa agridulce.

Un arroz frito con mariscos y vegetales –cuya sensación al probarlo también es de frescura– acompaña al cotizado pato laqueado. Tan suave y jugoso por dentro que se deshace, mientras que por fuera es crujiente, pero en su punto exacto. Probarlo con salsa de ciruela o con chile de árbol no decepciona, ni causa malestar previo, al contrario, su ligereza no impide caminar después por los alrededores. No por nada este lugar es frecuentado por los propios embajadores de China.

El pato laqueado, la especialidad, es espectacular; para muchos el mejor de la ciudad; por la piel crujiente y la suavidad de la carne, que producen una agradable sensación en la boca.

El Dragón es perfecto para quien busca diversidad, por algo siempre hay varios chinos en este sitio y lo recomiendan como uno de sus favoritos, especialmente para el buffet del sábado por la noche; no es un lugar muy sofisticado pero la comida es suculenta y vale la visita.