Antojitos mexicanos para chuparse los dedos, con un servicio muy amigable. La gran fachada de ladrillos pintados de blanco y balcones de herradura negra garigoleada te reciben en El Beso Huasteco. La entrada de esta tradicional casona mexicana es una enorme puerta de madera tallada que lleva hacia un pasillo en el que cuelgan candelabros antiguos.

Por los numerosos cuartos, parece más una vecindad rediseñada y acondicionada para restaurante. Recientemente, la artista plática Paola Delfín pintó ahí un mural. Llama la atención que en la decoración nada es igual, ni las sillas, las mesas o las lámparas y todo luce en perfecta armonía.

Todo es fresco: desde unos crujientes bocoles, gorditas fritas rellenas de huevo —que nos recuerdan a un plato preparado por la abuela—, hasta los crocantes tacos El Beso, rellenos de carne deshebrada, y terminados con salsa roja, lechuga y queso fresco, puramente veracruzano. La entrada más exitosa es la dobladita de plátano: una tortilla de plátano macho rellena de guacamole y frijoles. Un plato fuerte destacable es Bésame mucho: cecina con enchiladas o sopes, acompañada de guacamole, frijoles, nopales y chorizo asado.

El restaurante es igual de recomendable para visitarlo durante el desayuno. Los platillos a degustar por la mañana son el Zacahuil, un tamal prehispánico preparado con masa martajada con carne deshebrada de pollo y cerdo envuelta en hoja de plátano y rajas en escabeche.

Para un dulce final, la especialidad de la casa basta: El Beso Negro, un panqué de chocolate relleno de chocolate, que se hornea al momento y va acompañado con una bola de helado, y que entrega en boca el más puro sabor a cacao.

Por las noches, a partir de las 11, se presentan diferentes artistas, y luego del show que dura aproximadamente dos horas comienza el karoke, mientras tú pruebas la variada coctelería.