Ir a este rinconcito de Polanco es saber que te adentraras a una experiencia que se describe como “narrativa visual” y no es un concepto gratuito: los platos son una oda al buen gusto y a la buena cocina.

Lo primero que debes pedir es su archiconocido pan de mole, una fusión riquísima y nada pesada del mole y la harina. Además de este sabor, te ofrecen pan de frijoles y de chicharrón.

Las aguas son frescas y van desde la clásica de jamaica hasta la de horchata con avellanas. Obviamente, te recomendamos que las pruebes, sobre todo la primera que tiene notas de canela. Acto seguido, abre la carta y empieza a revisar una a una las opciones del menú y verás maravillas de otras latitudes de la república como el pozole de mariscos, una ricura de mariscada de langostinos y camarones que para nada te harán dormir.

Luego, conseguirás la sopa de tortilla negra en caldo de pato, que dicho sea de paso, es una maravilla. No te puedes ir sin pedir el ceviche nocturno de robalo con nieve salada de mandarina y cenizas, una plato único que sólo puedes conseguir porque la chef Martha Ortiz es una artista.

Otro imperdible es el molote de plátano relleno de guisado de frijol y asiento de carnitas, puede sonar un poco pesadito pero la porción es bastante equilibrada, así que no le tengas miedo al mal del puerco, porque no te va a dar.

El espacio no es demasiado amplio, pero las mesas super blancas y la decoración minimalista y roja, ya te deja entrever que aquí cuidan de cada detalle. Si tienes la suerte de conseguir el menú floral, no puedes dejar de pedir el postrecito blanco, verde y rojo coronado con flores, llamado María Trigarante.