Este lugar, con su peculiar distribución, tiene espacio para enormes mesas en las que tengan cabida abuelitas, papás, tíos, primos, sobrinos y agregados culturales, todo muy al estilo de la familia Burrón. Es el espacio ideal para carnívoros y tragones de hueso colorado.

El servicio es muy bueno. Los meseros corren de un lado a otro como robots con enormes charolas y parrillas. Lo hacen con tal sincronía que parece que están bailando al compás del trío que ameniza la comida.

Para empezar a calentar motores, puedes pedir una michelada acompañada por un queso fundido con chistorra, que queda doradita por fuera y suave y jugosa por dentro. Cómelo en tacos, aprovechando las grandes y delgadas tortillas de harina, que constantemente están renovando para que siempre estén calientes. Una vez agarrando vuelo podrías seguir con una parrillada de arrachera –que si la pides término medio, verás cómo puede cortarse como mantequilla– y espaldilla de cabrito, que es muy carnosa y tiene mucho sabor.

Que no te dé pena chupar el hueso sintiendo que pareces perro con carnaza; al contrario, siéntete con toda la libertad de dejar todo muy limpio haciéndote tacos con guacamole, limón y salsa.

Para terminar, puedes elegir un flan de postre, acompañado de un digestivo, necesario para cortar la grasa y seguir la vibra grupera al compás del acordeón.

Este lugar es muy recomendable si tienes ganas de cabrito. Las mesas llenas de gente que no dejan de masticar y chuparse los dedos, hacen que no te dé remordimiento ir a comer como se debe. Y aunque los dueños le echan ganas para que este restaurante no se vea como fonda, lo cierto es que ambiente es totalmente fondeño familiar; muy bueno para pecar de gula, por cierto.