El camino del Compa

No teníamos ni idea de que se pudiera comer así. La tradición marisquera en la Ciudad de México obedeció siempre a nuestras visitas a Acapulco con sus cocteles de camarón y sus vuelvealavidas llenos de cátsup y otras cositas ricas. Pero no así.

Comíamos caldo de camarón, quesadillas de cazón, mojarras fritas, pulpos en su tinta, filetes rebozados y cuanta joya se dejara venir desde La Viga hasta nuestras calles, tan lejanas del mar como de Dios. Era en La Curva, en avenida Toluca; en La Matoza, sobre Boturini; el Canto de Sirenas, en Tlaxpana; en el mercado de San Pedro de Los Pinos; en las cantinas del Centro y otras colonias populares. Mucho limón, mucha Valentina y unas galletitas saladas para empujar.

Después vino Mi Gusto Es…, con notas de Valentín Elizalde y sus aguachiles de un camarón más crudo al que estábamos acostumbrados. Conocimos el crujir de las “cucharachas”, el efecto mayonesa de la tradición sinaloense y tacos gobernador como los que probamos por primera vez en Los Arcos, en San Jerónimo. Y entonces la cultura marisquera del norte (junto a la tostada de un atún crudo y rosado proveniente de la Baja, de Contramar) empezó a permear en el paladar mental de los chilangos.

El Camino del Compa

La mesa más peleada de la ciudad

Más adelante vino Don Vergas, que empezó dentro del mercado de San Juan y que hoy es una sólida propuesta con sedes en otras ciudades. ¿Qué cambió? Que Luis Valle nos enseñó un producto que jamás habíamos visto: imponentes callos de hacha sin mucha manipulación, tacos zarandeados y ceviches con salsas negras que se sumaron a la propuesta de La Docena, que llegó de Guadalajara con ingredientes del Pacífico (almejas sexosas, erizo, toro, cangrejo) y preparaciones tan sabrosas que nuestros viernes y sábados podían transcurrir enteros en sus mesas. Nos empezábamos a acostumbrar a comer mejor y a pagar por ello.

Todo ese embudo (en el que caben los Fisher’s, La Ostra y una larga lista de altibajos) desembocó en la que hoy probablemente sea la mesa más peleada de la ciudad: Mi Compa Chava, una marisquería (que arrancó en una cochera a puerta cerrada con la movida de las dark kitchens) con mucha onda, un producto espectacular y la maestría de Salvador Orozco. Todo chiltepín, todo miche con ostiones, todo Chalino Sánchez.

El Camino del Compa

Hay Compa para rato

Su tostada de callo con paté y su costra de camarón están llamados a ser grandes clásicos. Su señora Torres se convirtió en el plato más instagrameado de los últimos años, y las filas para entrar al lugar casi rebasan la cuadra.

El reto para ellos es cuidar su producto para que no baje la calidad: una historia ligada al éxito bien conocida por todos. El reto para el comensal es ser paciente: habrá Compa para rato, siempre que el hype no rebase el capricho de esperar para comer buena comida de mar. Así como nos gusta ahora, tan diferente a como antes fue.

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