Alrededor de 400 lugares para comer, desde el taco callejero y ambulante hasta los restaurantes de la lista de los 50 Best cupieron en 24 horas de comida en la Ciudad de México, un viaje geográfico y temporal a través de esta capital tragona.

Este libro es una guía para saber dónde comer (casi) cualquier antojo en esta urbe desbordante. Tacos callejeros, de guisado, de canasta, de pastor, de cajuela de Tsuru, tacos de TODO y también los primos de los tacos (gorditas, enchiladas, tostadas, un mundo de maíz). Restaurantes de la lista de los 50 Best, los que tienen fama y los carísimos pero poco conocidos. Tortas de helado, de enchilada, cubanas, de cantina. Hamburguesas, las gringas, las de carrito, las mexas. Los panes, los de Chava Flores, los franceses, las conchas («el pan dulce de la ciudad»). Los pollitos rostizados, las fondas coreanas, los cafés, las marisquerías, las barbacoerías, las carniterías, las cantinas, los fancy para el brunch, los callejeros para el lunch… Ufff, esta es en verdad una guía de comida muy ambiciosa.

En 24 horas de comida en la Ciudad de México encontrarás recomendaciones de muchos tipos y direcciones exactas para recorrer la capital con hambre. Aunque, en realidad, el libro es una invitación para que recorras la ciudad que «no se deja atrapar fácilmente» y pruebes toda la comida, la fija y la ambulante.

Pero espera. Esta guía es más, mucho más.

24 horas de comida en la Ciudad de México

Foto: Andrea Tejeda

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24 horas de comida en la Ciudad de México

Su título es literal. 24 horas de comida en la Ciudad de México (Planeta, 2018) relata un día en «la ciudad comestible». Alonso Ruvalcaba, quien escribió, y Andrea Tejeda, quien hizo las fotos, exploraron esta gigantesca urbe con la mirada audaz de los fisgones. Buscaron definir «la ciudad inabarcable» y se valieron de la comida para transitar sus distintas profundidades.

Alonso y Andrea hicieron un libro «sobre la ciudad que decide poner el acento en la comida, pero que no deja de visitar todas esas otras capas –dice Luis Reséndiz, el editor–. El sismo, la urbanización, las rutas comerciales, la tradición (gastronómica pero también social), la historia misma de la ciudad» y de los que comen en ella. Los que la habitan, la definen, la aman, la cuestionan y la aborrecen todos los días en un ciclo de hermosas contradicciones que necesita repetirse.

La ciudad tragona

Un día, cualquiera. Desde que la Central de Abasto recibe a los camiones que vienen a alimentar a «la ciudad insaciable» a las 4:30 am, hasta que algún borracho piensa en un taco antes de chocar con aliento a cuba en Circuito Interior a las 3:40 am. El relato es a coro. Hay decenas de voces hablando –a veces al mismo tiempo–, discutiendo –a veces sin saberlo– sobre los panes, la comida ambulante, las albóndigas de fonda, el buebito con catsun del lunch, los tacos –todos–, las tortas –de todo–, las garnachas –de calle y de «autor»–… todo lo que devoramos en «la ciudad de trabajo y de la prisa, del ruido y de la chinga».

Leer provoca hambre, pero el antojo no es inmediato ni fácil; no viene de una foto decididamente antojable, sino de la descripción minuciosa, transparente, efusiva y sin prejuicios —ni «bueno» ni «malo» ni «correcto» ni «auténtico».

«No es un logro menor transmitirle al lector a qué sabe la salsa de estos tacos de canasta –dice Luis–. Así que sí: es un libro comestible», pero más por la experiencia de comer que por lo que se come.

(Recomendación: lean este libro en tránsito, rumbo a la taquería, la cantina o el restaurante japonés más caro de la colonia, y prepárense para emocionarse, enojarse, quizá llorar con el corazón un poquito roto. 24 horas de comida en la Ciudad de México es un viaje en roller coaster lleno de cariño, hambre y coraje por nuestra ciudad que también es «inhóspita, misógina, homicida, nunca en sus cabales…», incontrolable.)

24 horas de comida en la Ciudad de México

Foto: Andrea Tejeda

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Siempre estamos hablando de comida

La polifonía del libro hace que la lectura tenga una textura sabrosa, como la de una gordita martajada rellena de nopales y quesito. Esta crónica está contada por Alonso y por Andrea, pero también por otros. No hay una autoridad que lo sabe y lo dice y lo recomienda todo, hay hambrientos que comen y hablan y defienden lo que conocen. La colectividad es la naturaleza de este desbordante ensayo que apareció, en su primera versión mucho menos ambiciosa, en el ahora extinto periódico Frente, en 2015.

Así empezó todo: Alonso reunió voces que hablaban de comida y las esparció en 20 capítulos. Las fuentes son muchísimas: entrevistas que él hizo o que encontró en YouTube, chats de WhatsApp, tuits, crónicas, poemas, canciones, críticas de escritores que alguna plataforma reputada publicó y opiniones de comensales que se tomaron dos minutos para dejar un «recomiendo…» en Foursquare.

El juicio de Alonso está, pero no es ruidoso. Deja hablar a sus invitados mientras él se hace oír desde arriba, quizá desde el cielo gris a punto de la tormenta donde ha estado observando y pepenando retazos de nuestras conversaciones diarias que, al parecer, siempre están empachadas de tanta comida.

Le costó pero guardó silencio. Habló solo una vez, en el más sensible capítulo, el de la ciudad que «está rompiéndose siempre», como nosotros. Nosotros los peladores de nopal en la Central, los taqueros de canasta, las cocineras callejeras, los voceadores de tianguis, los glotoncitos que hacemos fila afuera de Lalo!, Richard, Ted, Domingo, doña Yoli, doña Cristi y todas las mujeres y hombres a los que el libro, como queriendo y no, rinde homenaje.

Claro que «hubo cosas que se le escaparon y que quizá entren en futuras ediciones –dice Luis–: los animales, por ejemplo, que generosa y esclavizadamente nos dan su carne para comerla, o el campo de donde viene tanta comida y tantos ingredientes. Hay un momento en el libro donde habla que hay comida que viene “más allá del Estado de México”, me habría encantado que el libro se desplazara hacia allá y nos dijera, de primera mano, qué está sucediendo. Con suerte, ya se irán completando, Alonso las irá anotando en sus tarjetitas y, si todo va bien, habrá tiempo para que yo le diga “esta sí, esta no”. Ojalá, pues. Si las placas tectónicas nos lo permiten…».

24 horas de comida en la Ciudad de México

Foto: Andrea Tejeda

Las fotos de la ciudad que come todo el día

«Las fotos de Andrea son como la ciudad –dice Alonso–, puedes perderte en ellas». El libro las intercala entre sus páginas, pero se ven mejor juntitas, como pedazos de una mirada amplia, incluyente y profundísima de la ciudad que es «abierta como libro en un atril».

El material fotográfico, abundante, se escapó de la edición impresa cuando el libro mutó a lo que ahora es: un ensayo, crónica, memoria y cuento largo que se lee de corridito. Sin embargo, los ensayos completos y llenos de carnita se pueden ver –y volver a ver y volver a ver y volver…– en el sitio 24horasdecomida.com. Vayan, las fotos sacian. Además, ahí vive, a partir de hoy, el capítulo perdido del libro. Prepárense un café y vayan.

Puedes conseguir 24 horas de comida en la Ciudad de México, acá.

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