Barranca del Muerto es una de las estaciones del metro más transitadas del sur de la Ciudad de México, pero pocos conocen su historia. ¿Te has preguntado alguna vez a qué debe su nombre?

La avenida Barranca del Muerto está entre los límites de las alcaldías Benito Juárez y Álvaro Obregón, y el metro que lleva su nombre corresponde a la línea 7 de la terminal sur que llega hasta el Rosario. La estación se inauguró el 19 de diciembre de 1985, sin embargo, su historia data de tiempos prehispánicos cuando las erupciones volcánicas del Xitle, ubicada en las faldas del Ajusco, ocasionaron un hundimiento en el suelo que dio lugar a barrancas.

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Estación del metro Barranca del Muerto.

¿Quién murió en el metro Barranca del muerto?

Uno de los hundimientos en el suelo originados por el volcán Xitle dio lugar a una barranca que tenía 15 metros de profundidad y un ancho de la actual avenida Barranca del Muerto. Justo en esa época ocurría la Revolución Mexicana y dicha barranca sirvió de trinchera para los ejércitos de Emiliano Zapata y Venustiano Carranza, quienes se disputaban la zona de Mixcoac; una de las paradas de la estación.

Barranca del Muerto. Pintura: Jose María Velasco.

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Se estima que las pérdidas asociadas a la Revolución ocupó un rango de 1.9 a 3.5 millones de personas, de ahí que la barranca empezó a usarse como fosa común, y durante el periodo de 1910 a 1920 se la bautizó como Barranca del Muerto. Fue una manera de contrarrestar las enfermedades que generaban en el resto de la población los cuerpos inertes en el suelo. Después, las leyendas urbanas no se hicieron callar y se oían historias de almas en pena que aterraban a los vecinos de la zona.

¿Qué significa el ícono de Barranco del Muerto?

La silueta de la estación son dos águilas en vuelo, y se relaciona con el lugar donde eran lanzados los cuerpos de las batallas de la Revolución. Estas águilas carroñeras están puestas a cazar sus mejores presas. Aunque este ícono es un recuerdo exclusivo sobre la muerte, existen imágenes como la retratada en pintura por José María Velasco donde se ve un paisaje de 1894 con puentes y una morada verde, apetecible de paz.