Durante gran parte de nuestra vida estudiantil cargamos mochilas gigantes que contenían libros, cuadernos, lapiceras y muchos más artículos, dizque para nuestro aprendizaje. La verdad es que muchas veces no tuvimos idea de cuál era su propósito educativo.Recordar es volver a vivir, así que hagamos una semblanza de todos esos chunches inútiles que no acompañaron durante tanto tiempo:

1-Libretitis aguda

Los bolsillos de nuestros padres sufrían. No era suficiente tener en dónde escribir, el chiste era que las libretas tuvieran a nuestro personaje favorito en la portada. No importaba cuánto costaban, no importaba hasta dónde teníamos qué trasladarnos para tenerla, no importaba que pesaran, lo que importaba era tenerlas. Aunque al final tuviéramos que forrarlas con papel lustre azul marino. Hoy ya ni han de conocer los cuadernos. Pura iPad, y así.

2- El libro fantasma

Cuando la SEP nos hacía el favor de entregarnos un paquete con más de ocho mil libros cada año, siempre había un libro que jamás era abierto. Ese que forramos para que no se maltratara, el que terminó impecable al final del ciclo porque jamás nos pidieron abrirlo, ni nos interesó hacerlo.

3. Colores Prismacolor

No importaba si apenas los usabas dos veces, ni si era imposible encontrarlos, o si estaban carísimos…, el chiste es que debían ser única y exclusivamente de esa marca. Nada de los Blancanieves, nada de crayolas. Debían ser de esos carísimos, pero hermosos, colorcitos. Tal vez los maestros tenían un deal y la empresa se mochaba con un porcentaje bonachón.

4- Juego de geometría

Todo lo podíamos hacer con una regla de 30 cm, y sabíamos que todavía no estábamos en edad de usar la escuadra ni el transportador. Sin embargo nos hacían comprarlos, incluido el compás. Después entendimos que sí tenían utilidad, pero en ese momento los sistemas de medida rebasaban nuestro entendimiento.

5- Plumas de colores

Casi casi lo mismo que lo de los colores, pero sin marca. A casi todos nos tocó. Ok, a casi todas. Comprábamos un paquete de 100 plumas de colores y lo cargábamos todos los días, aunque en la escuela nos obligaran a usar rojo para los títulos y negro para el resto del texto. Ah, pero eso cambió en la prepa. Y fuimos más felices.

6- Libro de cánticos a la bandera / ¿catecismo?

Aunque respetamos profundamente el himno nacional y cualquier creencia religiosa, seamos honestos: nadie pelaba por iniciativa propia estos libritos. Aunque tuvimos que aprendérnoslos de memoria, no es como que a estas alturas queramos recitarlos. Bueno, a unos les da porque sí cuando hay un partido de la selección.

7- Trabajos de lux

Todos tuvimos algún maestro insoportable que exigía la entrega de los trabajos enmicados, engargolados, y cualquier otro “en” que pudiera existir para que pudiéramos tener el derecho de una calificación respetable. O qué tal ese que nos pedía una carpeta enorme que ocupaba la mitad de la mochila, y pesaba no queremos recordar cuántos kilos. Encima, teníamos que comprar cuadernos con hojas desprendibles para poder usar la mentada carpetita.

8- Polvo de gomas

Amábamos llenar nuestra lapicera con polvo de gomas, lo coleccionábamos y lo juntábamos por meses sin saber para qué serviría. Sólo sabíamos que nos hacía inmensamente felices ser el que más polvo tenía de todos.

Uy, acabamos de recordar que existe la palabra “biselada”. ¿Recuerdan las reglas “biseladas”?, ¿las escuadras “biseladas”? Hacía años que no la usábamos. Está bien chispa.