Ciertamente, en la ciudad, hablar de la legalidad vial en términos preventivos parece una exquisitez de otras latitudes. Echando un ojo a las estadísticas oficiales es difícil sentir que la normativa se hace cumplir para la proclamada defensa del ciclista y peatón, y no como una manera oportunista de hacer caja. Como dice Natan, casi todas las infracciones a conductores son por haber estacionado mal.

En el Distrito Federal, en 2013, ésa había sido la causa de 114 mil multas frente a las sólo 5 mil por invadir los cebras, o las 13 mil por ir manejando y hablando al celular. Ni hablar de las detenciones en los cruces llamados ridículamente “de cortesía” o algo tan peligroso como el olvido de las direccionales en los giros. Por “no compartir responsablemente el carril ciclista”, se puso en 2013 una sola multa. Ahora, además, se quiere comenzar a sancionar al ciclista, que hasta el momento sólo podía ser advertido. Natan se desgañita. Piensa que una medida así sólo va a desalentar el uso de la bicicleta, que van a multar a quienes empiezan a andar en bici y no saben las reglas.

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Natan sabe que también es difícil justificar su posición con el reglamento en mano. Sin embargo, aunque el peatón vaya a veces “en la pendeja”, dice, él sigue siendo el rey, y no hay mayor máxima que esa. “Ceder el paso al peatón no es una manera de compensar mi culpabilidad por volarme altos, porque no siento remordimiento alguno. El ciclista no es representativo aún aquí. No tenemos una cultura, yo tampoco la provoco, quizás, pero creo que lo primero es que nos vean. Cuando haya un avance real, no legislativo, sino cultural, que es de educación y de años, a lo mejor mi discurso va a cambiar, porque va cambiando todo el tiempo. Creo que ni siquiera confío en la infraestructura ciclista. Si quieres te mueves tranquilo, pero siempre pensando en que no te abran una puerta, en que un carro no te mate”.

Por supuesto, el colectivo también recibe críticas de gente que los tacha de imprudentes e irrespetuosos. Seguramente ésos han visto un alleycat. “Pero no somos una ONG, sino 21 arquitectos, grafiteros, abogados, mecánicos de bicis, vendedores, chefs, que a veces se juntan a jugar a bicipolo o a rodar juntos. Y tal vez tengamos 21 puntos de vista diferentes”. Él sólo rescata dos puntos en común: la decisión de no esperar a que los conductores los vean y, desde luego, la necesidad de compartir la adrenalina.

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¿Qué debe de pensar un conductor si en medio de Circuito, delante de él, un ciclista que viene al sprint le entrega a otro una baliza amarilla y echa a correr? Antes de subir al Peñón de los Baños, un promontorio apenas pasadas las pistas del aeropuerto, un taxista se emparejó a Natan y le preguntó. “Ey, ¿esto es un maratón? ¡Hemos visto un montón de ciclistas!”. “Y el güey”, dice Natan, “casi choca por preguntar qué era…”.

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En el Peñón fue el caos. Primero queda una subida, luego una parada del metro y un paradero de autobuses. Los autobuses rebasan a Natan y después se frenan, y Natan, desde el segundo carril, mira por dónde pasarlos mientras los coches vuelan por el tercero, a centímetros de él. Al fin atraviesa los fantasmas, las balizas de goma que delimitan el primer carril, y logra meterse a la par de un autobús. “Pasé por encima de los fantasmas, pero la libré”. Y luego, al bajar, Natan no sabe si fue más rápido en su vida alguna vez. “Ahí rebasé a un rutero y el rutero me dijo después: ‘¿A cuánto bajaste? ¡Cuando me pasaste a mí me marcaba 71 (km/h)!”.

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Después, Natan vio de lejos un coche circulando con intermitentes puestos, como si protegiera a alguien. Delante iba una de las chicas, traía una bici veloz y vestía el jersey de México. Natan los rebasó y percibió detrás un cambio de marchas. Pensó que si ella se le unía estaba bien, para hacer equipo. Pero no. Dice que a veces los ruteros vienen de recorrer distancias largas y dosifican esfuerzo. “Y aquí no hay eso de seccionar, ahora lento y luego le meto. Aquí es: ve lo más rápido que puedas”.

Y así, lo más rápido que pudo, Natan terminó su relevo, a veces tramos secos, a veces de nuevo en mojado, cambiando del primero al segundo carril y al primero otra vez por tantas salidas e incorporaciones. Le dio ánimos sobrevolar la avenida Insurgentes, se supo al menos tercero pero decidió echar el resto antes de alcanzar a su compañero. Tras aquel puente pasó una falsa salida, libró otro camión y entonces alcanzó a ver a Lalo.

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