La delgada suela de mis Converse en los caminos empedrados me recuerda que estoy en Taxco, una de las poblaciones mineras más antiguas del país (nota mental: nunca vengas a Taxco con zapatos incómodos). A lo lejos escucho la tambora, percusiones e instrumentos de viento de una banda. No tengo más que seguir la armonía para encontrar un grupo de hombres, disfrazados de mujer, danzando y toqueteando, juguetones, a los curiosos. Es una de las celebraciones de los viernes de cuaresma, pequeña muestra de lo que es el Martes Santo, una procesión en la que ánimas (mujeres con túnicas negras), flagelantes (hombres azotándose la espalda) y encruzados (hombres cargando varas de zarzas con espinas) toma.elebraciones pde cuaresma,ones mrseades due siguen la arneras mra ng Around retivo. en distintos establecimientos. n las calles para expiar sus pecados.

44583Recuerda: tenis cómodos.

Recuerda: tenis cómodos. (Ana Santín)

Más allá de la plata, de las blancas casas y la arquitectura colonial, Taxco se vive en sus tradiciones. La aventura comienza desde que decides la ruta. Hay dos caminos y distintas formas de llegar desde el Distrito Federal. La más conocida es salir por la carretera de Cuernavaca, seguir hacia la Autopista del Sol, y al llegar a la segunda caseta de cobro (caseta a Tequesquitengo), tomar alguno de los carriles de la izquierda que van a Acapulco, Iguala y Taxco. Pero si prefieres disfrutar la vista y el servicio de un guía turístico, la opción es tomar un Turibús que sale desde el Auditorio Nacional, el Ángel de la Independencia o la Glorieta de Cristóbal Colón. Sólo tienes que reservar un lugar en la parte de arriba y disfrutar el trayecto.

La última opción –mi favorita— es la ruta desde Toluca, tomando en dirección a Ixtapan de la Sal. Si estás en mood de road trip, esta vía sombreada por inmensas cañadas y raíces profundas de árboles ancestrales seguro despertará tu espíritu aventurero. La primera parada pueden ser las Grutas de Cacahuamilpa, seguida de un coco frío y, por qué no, un queso enchilado. Sabrás que has llegado cuando, entre rojizas montañas y verdes paisajes, encuentres callejones serpenteantes, rodeados de tejados y fachadas teñidas de blanco. Y en el centro la iglesia de Santa Prisca.

A la hora de la comida, en Taxco los aromas y sabores se dispersan de forma singular. Desde el delicioso pozole guerrerense y la cecina, hasta los exóticos insectos llamados jumiles (los taxqueños los comen vivos); pero si no eres tan valiente para enterrarle el diente a un ser vivo, en la noche, cerca de Santa Prisca, hay un puesto de gorditas y tacos que ofrece salsa de jumil. Al aplastarlos, prepárate para sentir una sustancia medicinal, rica en yodo, que permanecerá en tu paladar por lo menos por un par de horas.

Otro de los sitios obligados es el paseo por teleférico, donde podrás admirar Taxco desde las alturas, además de conocer de cerca el Cristo, que, en menor proporción, pero a imagen del Corcovado de Brasil, extiende sus brazos al infinito.

Por la noche, Taxco ofrece una función de luces y sonidos, provenientes de sus bares y restaurantes. Las terrazas son un punto privilegiado para disfrutar una buena cena con el telón de fondo de una vista panorámica. Cada restaurante tiene su especialidad, pero mi recomendación son las pizzas de Aladino y el queso fundido en salsa verde de la Casona, un hotel-restaurante con vista a Santa Prisca. Y si de fiesta se trata, el mejor ambiente está en la Concha Nostra, donde hay música en vivo: trova los jueves y viernes (pregunta por Alex o Javier) y rock de los sábados. Así que opciones de este lado, definitivamente sí hay.