Cuando a “Ángel” le ofrecieron matar a un hombre quenunca había visto, a plena luz del día y en la salida delhospital de Petróleos Mexicanos, sólo tuvo una duda:¿debía usar una 38 o una 9 milímetros? No preguntó siaquel hombre se lo merecía, si tenía esposa, hijos o alguienque se desbarataría por su ausencia. Su única pregunta fue:“¿Con qué fierro es mejor jubilarlo del mundo?”.

Una mañana se le acercó el bueno de la banda de su colonia, unex militar que recluta sicarios en el norte de la Ciudad de México,y le ofreció asesinar a un desconocido, sabiendo que necesitabaun homicidio para ganarse el respeto de la empresa. Ángel no hizopreguntas, sólo asintió, pidió unos minutos para prepararse yluego subió al Astra blanco en el que ahora avanzan por PeriféricoSur poco antes de mediodía. Un acompañante va al volante,El bueno está en el asiento del copiloto y él va atrás, junto a14 balas frías repartidas en dos pistolas cortas. Saben que sólodeben disparar una y largarse de ahí.

Ríen, tararean una canción. Si alguien los viera desde la calle,pensarían en un grupo de amigos pasándola bien. Pero al llegar ala calle Línea 4, en la colonia Portes Gil de la delegación Tlalpan,el conductor orilla el vehículo, detiene la marcha a 60 metros de laentrada del hospital y los tres se ponen serios. El bueno pregunta aÁngel qué arma prefiere. Él, inexperto en balística, concluye que la9 milímetros debe ser cuatro veces más ligera que una calibre 38.

Empuña el arma, ve por la mirilla que el cañón esté recto, secerciora de que está cargada y quita el seguro. Lo hace en el ordenque le han enseñado las películas de acción. El bueno saca de laguantera una foto y se la muestra. “Éste es el encargo”, le dice,mientras ensucia la imagen con las yemas de los dedos. Ángel sólove un tiro al blanco en el hombre de la fotografía. Cambian deposición dentro del coche. El acompañante mueve el auto y, conel motor encendido, se detiene frente a la entrada del hospital,dejando a Ángel más cerca de la puerta. Esperan unos minutos y,tal como se los dijo el hombre que los contrató, sale el “encargo”acompañado de una señora.

Ángel lo registra por un segundo: unos 40 años, 170 centímetros,delgado. Nada más. Calcula dónde poner la bala. Al elevarla 9 milímetros para apuntar, los 550 gramos son demasiadopara sus manos pequeñas, así que apoya el fierro entre el marcode la ventanilla y el cristal. Lo centra. Pone el dedo en el gatillo.

Tac. La fuerza del disparo sorprende a Ángel, quien sueltala cacha y ve cómo el arma sale volando de sus manos hacia elasiento del copiloto. Un error de novato que haría enfurecer aljefe. Pero el disparo ha sido perfecto, justo entre las dos cejas.No hay necesidad de ocupar más balas. Es un asesinato exitoso.El auto arranca y huyen con el acelerador hasta el fondo. Lostres van eufóricos. Ninguna patrulla los persigue, nadie los molestaen su regreso al barrio. Antes de dejarlo en la puerta de sucasa, le entrega 65 mil pesos en efectivo y la promesa de buscarlopara más encargos. El sicario sonríe agradecido.

En los días siguientes de ese abril de 2006, la única angustiade Ángel no es que el muerto le ronde en pesadillas, sino cómogastar ese dinero. A los 12 años no sabe cómo gastar 65 mil pesos.

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