Para recorrer este camino, debes morir. Específicamente, de muerte violenta: por ejemplo, que te atropelle un camión de carga, que te embista un Metrobús, que te disparen en un asalto o que te desvanezcas en la banqueta. Y que nadie te reconozca ni lleves contigo una identificación que aclare tu identidad.

Pero si en tu cama el cáncer fulmina tu cuerpo o en el hospital pierdes una larga batalla frente a una enfermedad, entonces te salvarás de este viaje. Un médico certificará que tuviste una muerte natural y tus familiares te enterrarán o cremarán y recibirás flores

¿Quién quiere un boleto para la otra ruta? Para ello, tendrías que convertirte en lo que los peritos forenses llaman “un caso médico legal”; músculos y huesos cuya vida fue interrumpida de manera antinatural. Sólo así podrás conocer el sendero que lleva a la fosa común.

Fin. Has muerto. Un perito forense que trabaja en la Procuraduría del DF hará el levantamiento de tu cuerpo. Te cubrirá con una sábana blanca para que los curiosos no tomen fotografías de tu cadáver o para no observarte mientras él o ella y su equipo de trabajo cumplen con el protocolo para llevarte a un ministerio público.

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Un policía preventivo custodiará a los peritos, quienes –mientras aún estás en el piso– toman fotografías del lugar donde moriste. Te sentirán aún tibio al palpar tu cuerpo en busca de orificios de balas, lesiones de arma blanca o golpes para certificar que moriste violentamente. También vaciarán tus bolsillos queriendo hallar una identificación. Alguien buscará testigos e irá de puerta en puerta a casas y negocios preguntando por un familiar tuyo o si saben quién eres; alguien más recorrerá los alrededores buscando una posible arma homicida. Tardarán cerca de 20 minutos en registrar todas las circunstancias de tu fallecimiento y anotarán sus hallazgos en una bitácora que, probablemente, les sea requerida por un juez si es que en tu muerte se cometió un delito.

Luego te meterán en una bolsa de plástico e irás directo a la cajuela de una camioneta que te transportará al ministerio público más cercano con anfiteatro. Ahí, un médico recibirá tus restos y te colocará en una plancha junto a otros muertos que, como tú, todavía no desprenden algún olor.

El médico empezará a quitarte la ropa. Meterá todas tus pertenencias –reloj, cartera, lentes, suéter salpicado de sangre, audífonos, dinero en efectivo– en una bolsa con el número de averiguación previa que lleva tu caso y las enviará a la bóveda de la Dirección Ejecutiva de Administración de Bienes Asegurados de la Procuraduría.

Si pudieras entrar vivo a ese lugar –ubicado en la delegación Azcapotzalco, junto a la Fiscalía de Homicidios–, verías que es como un gran museo del crimen: hay 6 millones 700 mil objetos, resguardados desde 1997, que pertenecieron a alguien que murió violentamente y que no han sido reclamados por nadie. Están ahí, empolvándose, en espera de que un juez los solicite como evidencia para resolver un crimen o de un oficio que faculte al director de la bóveda, David Reynoso, a entregarlos a los familiares del fallecido, tirarlos, quemarlos, donarlos o, si fuere el caso, subastarlos. En este último caso, los recursos irían al Gobierno del DF. «Aquí tenemos de todo: ropa ensangrentada de hace una década, zapatos, computadoras, maletas, prótesis de piernas… de todo. Si este lugar hablara, podría contar la historia de los homicidios de esta ciudad», te diría Reynoso sobre lo que guardan en esa especie de sótano de pasillos oscuros donde los 45 empleados deben trabajar con guantes y cubrebocas para escarbar entre cajas con objetos embolsados.

Una vez que te haya desnudado, el médico hará una revisión, que todavía no es una necropsia formal. Tal vez recorra con sus manos tu cabeza en busca de algún golpe; tal vez use pinzas para sacar de tu piel las esquirlas de balas. Francisco Juárez, médico legista que trabajó en el anfiteatro de la coordinación territorial CUH-8 en la delegación Cuauhtémoc, dice que cada caso es único y tiene sus propios tiempos. Pero para cuando haya terminado de registrar tu cuerpo, éste empezará a inflarse. Quizá tu rostro adquiera un color verdeazulado y comiences a oler mal. Ya habrán pasado unas 10 horas desde tu muerte.

Para leer el reportaje completo busca la revistaChilango de abril en tu puesto de revistas, tiendas departamentales y también la versión digital dando clic en este link o en la imagen de la publicación.

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