Recuperamos el texto de nuestra edición impresa de julio de 2011, donde hablamos de Adriana Morlett.

La trabajadora limpiaba las mesas de la Biblioteca Central de la UNAM cuando encontró el libro Arquitectura, teoría y diseño de contexto de Enrique Yáñez, que en la universidad ya daban por perdido. El 6 de septiembre de 2010 una estudiante de Arquitectura pasó por los detectores de la entrada, subió las escaleras, hizo su búsqueda y, después de contestar una llamada, solicitó llevárselo en préstamo.

En la contraportada quedó registrado que ella debía devolverlo una semana después. Pero Adriana Morlett no lo hizo: ese mismo día desapareció sin dejar rastro. Horas después sus padres iniciarían su búsqueda, desesperados y sin mucha planeación. Utilizaron las redes sociales, mandaron mails, hablaron con los amigos de su hija, mientras esperaban a que las autoridades capitalinas y universitarias actuarán. En la espera, el libro apareció. 42 días después del registro de salida, alguien realizó el mismo recorrido que Adriana hizo ese 6 de septiembre. Entró a las instalaciones de la UNAM y lo devolvió.

Hasta la fecha nadie sabe quién se tomó el tiempo de regresar el texto a la biblioteca ni por qué razón, pero el registro en las hojas finales era el mismo: 819419, y en la tarjeta aún se leía el nombre de Adriana.

Los motivos lógicos de que desapareciera están descartados: su familia no ha recibido ninguna llamada de rescate. No tenía ningún enemigo ni vínculos con delincuentes. El misterio podría resolverlo un amigo suyo, la última persona que la vio antes de que se esfumara, pero que se niega a hablar e incluso ha promovido un amparo para protegerse de las investigaciones.

Para resolver la desaparición de Adriana también podrían haber ayudado las cámaras de vigilancia de la UNAM, del Metro del DF o las que están instaladas en las calles, pero no funcionaban o no guardaron las imágenes el tiempo suficiente.

Las autoridades también podrían haber investigado inmediatamente su desaparición, pero no lo hicieron. Hoy, una de las líneas de investigación es que ella haya sido víctima de una red de trata de blancas. Además del crucigrama que representa el libro devuelto, lo último que se tiene de Adriana es el estatus que puso en Facebook antes de desaparecer: «Comprobando si la Luna es de queso».

Adriana estudiaba el tercer semestre de Arquitectura en la UNAM con promedio de 9.7

El testigo Clave

La ficha de búsqueda de Adriana Eugenia Morlett Espinosa señala que tiene 22 años de edad, morena, de 1.60 de estatura, complexión delgada, pelo negro al hombro y ojos cafés. Lo que su familia y amigos platican de ella es que es originaria de Acapulco, Guerrero; que en marzo pasado habría festejado su cumpleaños 22 con una gran fiesta, y que estudiaba el tercer semestre de Arquitectura en la UNAM con promedio de 9.7. Cuentan que Adriana llegó al DF a mediados de 2009 para estudiar. No tiene novio y le gusta bailar, hacer ejercicio y está en contra del maltrato a los animales.

También dicen que siempre se le podía ver con pantalones de mezclilla y una blusa, el cabello recogido y sonriente. Que vivía con su hermano y una prima en un departamento en Copilco y que le encantaba navegar en Facebook. En su perfil dice que le gusta el rock y también la música clásica. Y que sus películas favoritas son El Padrino, La Princesita y The Cove. Recuerdan su sonrisa permanente y su buen humor.

Fue por medio de Facebook que Adriana comenzó a relacionarse con Mauro Alberto Rodríguez. Ella le escribía cosas como: «Luciernegita te extrañooo ya etoy en mexico cuando nos vemos pa bbr jeje», y Mauro respondía: «Pues cuando quieras chamacona. Yo ya voy en la tarde a la fac, pero un viernes o sabadin estaría pompi».

Mauro es estudiante de tercer año de Psicología en la UNAM. Tiene 25 años y en las redes sociales afirma tener buenas calificaciones y ser rockero. Fue la última persona conocida con la que estuvo Adriana y, desde el principio, se ha negado a cooperar con las investigaciones.

Debieron pasar siete días de la desaparición para que se presentara a declarar ante el Ministerio Público sobre lo que sucedió ese día. Llegó acompañado de abogados y contó su historia. Una semana después, contó una distinta. Hasta el momento no ha sido detenido, pues se le considera simplemente testigo de los hechos.

Javier Morlett, padre de Adriana, ha dicho a distintos medios que Mauro Rodríguez es una “pieza clave” para encontrar a su hija: «Es el testigo clave y es el único testigo. No hay otro más que él. Eso es lo complicado del asunto: no aporta nada, ninguna información; alega que tiene miedo de que la policía lo tome como chivo expiatorio. No lo entiendo, él no es la víctima y no se le culpa, simplemente se quiere su cooperación», dijo a Excélsior.

La madre de la chica, Adriana Espinosa, señala lo mismo: «No dio la información en el momento en que lo requerimos. Él se ha amparado para no declarar; puso una queja ante la Comisión de Derechos Humanos del DF; cada vez que lo citan llega con abogados. Él está muy hermético, muy cerrado, entonces realmente no hay mucho que decir de este joven».

Comprobando si la luna es de queso

La investigación de la Procuraduría capitalina da cuenta hora por hora –basada en declaraciones– del último día en que ella fue vista. Ese fin de semana la señora Adriana Espinosa de Morlett había viajado al DF desde Chilpancingo para ver a sus dos hijos. Durmió en el departamento y pasaron la mayor parte del tiempo juntos. El lunes, a las 17:00, se despidió de ellos y les dijo que los vería pronto. Aunque no los veía entre semana, sí intentaba llamarles a diario para saber cómo estaban. Ella partió hacia la Central de Autobuses del Sur y ellos se quedaron en casa. Tenían el plan de ver unas películas con amigos de ellos y de su prima Ana María a las 20:30.

Adriana antes tenía que ir a la Biblioteca Central de la UNAM a pedir un libro que le habían dejado leer en clase. Aún tenía tiempo, así que prendió su computadora y se metió a Facebook, subió una foto con su familia y poco antes de tomar su bolsa y dejar la casa en dirección a Ciudad Universitaria –el departamento está a menos de 10 minutos caminando– escribió: «Comprobando si la Luna es de queso».

Mientras se preparaba para salir, a las 18:00, sonó su teléfono: era Mauro. No le contestó. Le avisó a su hermano que regresaría pronto, revisó en la computadora el nombre del libro que tenía que conseguir y le mandó un mensaje de texto a su mamá. Le avisó que iba hacia su universidad y le dijo que el libro que necesitaba era Arquitectura, teoría y diseño de contexto de Enrique Yáñez. Le dijo que le decía el título para tenerlo anotado en el teléfono y que no se le olvidara. Tomó su chamarra y salió del departamento.

Pasó por Copilco y entró a la biblioteca. Las cámaras de seguridad la grabaron cuando pasó los detectores y mientras un vigilante la veía al cruzar la puerta. Vestía un pantalón de mezclilla azul y lo demás en su color favorito, el rosa: tenis, blusa y la bolsa del mismo color. Justo acababa de encontrar el libro cuando Mauro volvió a marcarle. Eran las 19:27. Ella no le contestó porque ya iba en camino a pedir el préstamo, que quedó registrado con el folio número 819419, a las 19:30. Cinco minutos después Mauro volvió a marcarle y ella salió al pasillo de la biblioteca para contestar la llamada. Hablaron durante un minuto –de acuerdo con la averiguación previa de la Fuerza Antisecuestros– y después ella colgó.

Caminó por la biblioteca y minutos después una cámara de vigilancia del área de Control y Salida de la biblioteca la grabó entregando su bolsa de mano a un encargado para que la revisara antes de salir. Esa imagen de ella abandonando el lugar es la última de la que hay registro. Todo lo que pasó después son especulaciones e investigaciones que no han llevado a ninguna parte.

CONTINÚA…