Casas de conquistador

Al salir del Museo Nacional de las Culturas y caminar hacia Correo Mayor, hay que esquivar a los compradores y sus bultos, y a los veloces diableros para apreciar las dos casas del Mayorazgo de Guerrero. Una frente a otra, son obra del gran arquitecto novohispano Francisco Guerrero y Torres, que las modificó totalmente en el siglo XVIII.

Rodrigo Guerrero Dávila fue uno de los soldados de Cortés. En pago a los servicios que prestó en la guerra contra los aztecas, recibió un par de solares con una ubicación privilegiada. Hay documentos que fechan la fundación de ambas ramas del Mayorazgo de Guerrero el 24 de junio de 1589: El Grande, cuya sede será la casa que ahora tiene el número 14 de Moneda, y el Chico, que se queda con el inmueble del número 16. Durante un par de siglos sólo estuvieron habitadas por los descendientes de aquella familia.

El Mayorazgo Grande se convirtió en el Conservatorio Nacional de Música en 1912 y hasta 1946. En 1933, cuando Manuel M. Ponce dirigía el Conservatorio, le encargó un mural a Rufino Tamayo; el oaxaqueño pintó La música en el descanso de la escalera principal. Dos murales de Tamayo en una misma calle son mucho lujo, pero así es Moneda.

Hoy el edificio está ocupado por oficinas del Instituto Nacional de Antropología e Historia. En el Mayorazgo Chico estuvo entre 1852 y 1913 el taller del grabador más famoso de México: José Guadalupe Posada. Escondida entre leggings, blusas de lycra y chamarras rosas de Hello Kitty, hay una placa que recuerda al artista por los 50 años de su muerte; fue colocada por la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM.

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mmmm2 (Roberto Marmolejo.)

El edificio tiene viviendas en los altos y las accesorias —variadas— exhiben mercancías de lunes a domingo. En este tramo, Moneda es un gran bazar, casi oriental: la vendimia se ve, se siente, se oye y se huele.

Los marqueses generosos

Más adelante, aun por la acera norte, Moneda está por terminar, casi sellada por la Academia de San Carlos. El paseante se topa con los muros de tezontle de la iglesia de Santa Inés, que formaba parte del convento del mismo nombre.

Don Diego Caballero y su mujer, Inés de Velasco, Marqueses de la Cadena, en un acto de generosidad, pidieron permiso para abrir un convento donde las aspirantes no tuvieran que pagar y recibieran manutención completa. Documentos resguardados en el Archivo General de la Nación señalan que los recursos saldrían de una donación de 5 mil pesos de oro anuales, garantizados por la producción del ingenio Amilpas, en Cuautla, propiedad de la pareja.

En 1600 entraron 33 monjas, una por cada año de la vida Cristo. Se cuenta que se hicieron muy diestras en la enseñanza de la oración a los niños, y en la factura de velas para el día de San José (19 de marzo), polvos purgantes y un agua para el mal de ojo. Cuando la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos de la Nueva España abrió sus puertas casi enfrente, en 1791, la cofradía de pintores ya había tomado Santa Inés como sede y se unieron más —maestros de la institución—, de ahí que siempre fuera una iglesia decorada con profusión.

Para entonces, el templo y el convento sufrían los estragos del hundimiento de la ciudad y la construcción de un taller de “carrocería y herraduría” al lado, casi los derrumba. Fue el mismísimo Manuel Tolsá, el gran arquitecto del neoclasicismo novohispano, quien reconformó la iglesia y el claustro con la estética que había llegado a desbancar al barroco.

La iglesia sigue dando servicios religiosos, pero el convento (Academia 13), después de ser bodega de telas y vecindad, fue convertido en el Museo José Luis Cuevas. Abierto el 8 de julio de 1992, resguarda parte de la obra del pintor, grabador y escultor mexicano que nació y creció por estas calles.

Llegan los artistas

En 1791, por decreto de Carlos III, uno de los reyes ilustrados de España, abrió sus puertas la Real Academia de las Nobles Artes de San Carlos de la Nueva España en el viejo Hospital del Amor de Dios, que había establecido De Zumárraga para atender a los españoles afectados por la sífilis. La enfermedad “casi fue una epidemia durante el primer siglo del virreinato”, cuenta Jorge Pedro Uribe. La primera escuela de artes de América comenzó impartiendo arquitectura, pintura y escultura.

En 1864, el arquitecto Javier Cavallari rediseñó la fachada y modificó los interiores dándole su aspecto actual. Al entrar al edificio, el patio ofrece una visión inolvidable: un conjunto de vaciados en yeso de esculturas griegas y romanas pueblan, literalmente, el perímetro. Una réplica de la Victoria de Samotracia se impone inmediatamente.

Ya en el siglo XX la Academia sirvió como sede de la Escuela Nacional de Bellas Artes y pasaron por sus aulas, como alumnos y maestros, figuras notabilísimas del arte mexicano como Diego Rivera —que la dirigió entre 1929-1930—, Félix Parra, José María Velasco, Teodoro González de León, Luis Nishizawa, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Rufino Tamayo.

Desde la década de los ochenta es sede de la división de Estudios de Posgrado y Educación Continua de la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) de la UNAM.

Para la doctora Hernández Pons, el cruce de Moneda con Academia “es una de las partes más bonitas de la calle, porque conserva la traza original: esa ‘vueltecita’; digamos donde se angosta para convertirse en Emiliano Zapata, siempre ha estado y le otorga ese aire tan virreinal que nunca ha perdido”.

Después del cruce con Academia, Moneda cambia de nombre a Emiliano Zapata. Al fondo está el hermoso templo de la Santísima Trinidad, edificado en 1755 a instancias del gremio de los sastres. Con su abigarrada fachada rebosante de santos, frutos, follajes, querubines conchas, obispos y papas, es uno de los ejemplos más sobresalientes de la variante churrigueresca del barroco.

David García comenta: “Nosotros terminamos nuestros recorridos en esta plaza porque es como la parte final de la calle (Moneda), aunque no se llame ya así. Y lo hacemos por una razón: la leyenda de la Llorona, en realidad de origen prehispánico, cuenta que después de dar su alarido final en la Plaza Mayor, la mujer fantasmal recorría todo Moneda hasta aquí, para luego dirigirse hacia el embarcadero de Roldán y perderse en los canales”.