“¡Toqueees, toqueees!” Mexicanos al grito de guerra como somos, este pregón —generalmente acompañado del sonido de dos tubos metálicos chocando— nos sabe a desafío. “¿De a cómo?” le preguntamos al portador del endemoniado aparato y él ya nos dirá el precio. Dependiendo del sapo es la pedrada: si estamos en una zona popular (bendito Centro Histórico), los precios son bastante asequibles; hasta 15 o veinte pesitos te puede salir la descarga eléctrica. Ahora que si ya nos movemos más hacia la Roma/Condesa (goeeei), la experiencia eléctrica nos puede salir en 50 o hasta 100 pesos, dependiendo de cuán fresas nos vean, tipo Lady Toques.

Precisamente en el Centro, con más precisión en la Plaza Garibaldi, hay una mujer que pasa entre los grupitos de amigos ofreciendo esta tortura en miniatura. Se llama Anita de Jesús Corona y tiene 71 años, de los cuales los últimos 40 los ha dedicado a ser “toquera”, como ella misma llama a su oficio. Según Anita, ella tuvo el privilegio de conocer al primer toquero, antes de que esta actividad se popularizara en la Ciudad de México e incluso en otros estados.

“Se llamaba Benito, nunca supe sus apellidos. Aquí todos nos conocemos por nuestros nombres nada más. Si preguntas por Anita la toquera aquí en Garibaldi, todo mundo sabe quién soy, pero mis apellidos nadie se los sabe. Bueno, pues Benito era originario de Ciudad Neza, él fue el primer toquero; me contaba que daba toques desde 1930. ¡Imagínate, de eso ya tiene casi un siglo! Fue él el que me hizo mi cajita de toques, por eso la guardo con tanto cariño”.

Y es que basta con echarle un ojo a su cajita de madera para darse cuenta de que no es igual a la del resto de los toqueros, que se ven más modernas —por lo general de plástico o metal—. “El cajoncito es el mismo con el que empecé. Le he cambiado unas piezas, que se han descompuesto por el uso. ¡Tengo ya 41 años dando toques aquí, porque justo empecé cuando tenía 30!”, me dice mientras sonríe y sus ojos se fugan por un momento en un viaje al pasado.

Aunque actualmente las cajas de toques pueden conseguirse en lugares como Mercado Libre relativamente baratas —los precios oscilan entre los 300 y los 600 pesos— para Anita su caja no tiene precio. “Una vez me la quisieron comprar unos japoneses y me ofrecían mucho dinero, ya no me acuerdo cuánto. ¿Cómo la voy a vender?”, me dice mientras la abraza.

Las mujeres, las más aguantadoras

Sobre su modus operandi, me cuenta que pasa entre las bolitas de amigos o incluso personas solas. “Si es uno solo yo se los cobro a 10 o 15 pesos. Ya entre más de 3 ya cuenta como ‘cadenita’ y entonces la cobro a 20”. Cuando le pregunto que a cuántas personas les da toques en la noche me dice que a veces da hasta unas cuarenta descargas. “Pero hay otros días bien flojos. Mira, ahorita nada más he dado 3, y ve ya nomás qué horas son”.

Hablando de la famosa guerra de los sexos, me dice que muchas veces las chavas resultan más aguantadoras. “Es que las mujeres aguantamos más. Bueno, algunas, porque otras sí son muy delicaditas. Pero en lo general las muchachas piden que le suba más y más. Y los hombres con los que vienen luego se enojan o se apenan de que las mujeres les ganen. ¡Ah, por cierto, yo juego de apuesta! Si aguantan toda la potencia de la cajita, los toques son gratis y no me pagan nada”.

Cuando le pregunto que quiénes le piden más el servicio, me dice que los extranjeros. “Viene mucho güero, porque les da curiosidad. Y uno pensaría que no aguantan, ¡pero hay unos que sí! Y aunque les digo que no me paguen, porque se ganaron la apuesta, sí me dan para el refresco. También me lo piden las bolitas de amigos, ellos se apuestan entre ellos la ronda de mariachis o las cervezas. Ah, y también hay gente que me pide que les dé toques porque dicen que les baja la borrachera o el dolor de cabeza”.

Así que ya saben, si andan hasta las manitas, les duele la choya o simplemente quieren desafiar a Anita y su caja de electroshocks, no duden en venir a Plaza Garibaldi de madrugada. Ella, dicharachera como es, les dará su buena dosis de electricidad, además de muchas sonrisas y seguramente también una buena charla, como la que hoy sostuvimos rodeados de mariachis en uno de los lugares más emblemáticos de la Ciudad de México.