Las manos hablan con claridad. Lo cuentan todo. Lo guardan todo. Lo dicen todo… secretos, anécdotas, sabiduría, trabajos, dolor y vida, mucha vida. Cuando la voz no alcanza a narrar, porque ya no tiene la fuerza para hacerlo, las manos se convierten en ese cliché del libro abierto. Sólo a través de ellas se puede leer cuántas vidas puede tener alguien en una vida. Sólo a través de ellas podemos acercarnos a doña Susana Villaescusa, la mujer más longeva de la ciudad (con 116 años y 129 días cumplidos al iniciar octubre) y la representante ideal para hablar de un concepto que no existe en México y demanda un espacio entre el mar de definiciones de la ciudad: los Supercentenarios.

Susana intenta mantenerse despierta. No de pie, despierta. Juega con sus manos. Las lleva de aquí a allá con voluntad, la poca que le queda. Evade dos preguntas y sin mediar más, suelta un hilo de voz cuando escucha la palabra “muerte”. «Me da miedo la muerte. Me da miedo dejar a mis hijos, todavía están pequeños y afuera la vida está dura». Los ojos se le cierran al responder y cuando lo hace, la inocencia de una madre de 26 hijos contrasta con la experiencia de una mujer de párpados caídos, que ha vivido 116 años.

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Sus padres, sus hermanos, sus amores, sus amigos y 20 de sus hijos. Presidentes y revolucionarios. Héroes y villanos. Los ha visto caer a todos y, aun así, tiene miedo de la muerte. «Ya sólo quedo yo, ya nada más yo vivo. Sigo aquí. Aquí sigo», suspira mientras recuerda, con lágrimas, a sus hermanos. Aún duele. La muerte siempre duele.

Tabasqueña de nacimiento y chilanga por decisión (llegó en 1945), Villaescusa es la habitante más longeva de la Ciudad de México y una de las ocho personas que tienen más de 110 años de edad y que han superado —por mucho— la esperanza de vida de la capital. Vive en el pueblo de Santiago Zapotitlán, en la delegación Tláhuac, y aun siendo la viva imagen de la longevidad, ésta le representa un misterio; no sabe a ciencia cierta cómo es que ha vivido tanto tiempo.

No hay secretos… sólo una regla: «Yo fui diferente, siempre». Los factores que ella define como claves son sencillos: la comida sólo se prepara con agua y sal; no se descansa ni en el embarazo; moler todo en el metate y caminar, siempre caminar.

Sin un espacio físico en el mundo que ha visto evolucionar (comparte cuarto con uno de sus sobrinos), Susana es el reflejo fiel del problema social de no tener una infraestructura que atienda casos como el suyo. Casos en los que la vida es larga, muy larga…

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¿La quinta edad?

De acuerdo con el Gerontology Research Group (GRG) de Los Ángeles, un ‘supercentenario’ es aquel ser humano que puede comprobar, mediante distintos documentos creados a lo largo de su vida, que superó la barrera de los 110 años de vida. Para el instituto, creado en 1990 con el fin de verificar todos los casos de longevidad extrema del mundo (muchas veces a petición del libro de récord Guinness), dicho límite es una categoría por sí misma, ya que demanda, para garantizar una calidad de vida acorde con su edad, atenciones concretas así como acciones adecuadas al paso del tiempo, que son dictadas por ellos en conjunto con otras instancias, como
The Carl I. Bourhenne Medical Resarch Foundation, el Max Planck Institute for Demographic Research y la International database of Longevity (IDL).

«Nuestro trabajo no es sólo validar una fecha de nacimiento, sino también crear acciones que garanticen una calidad de vida buena a los supercentenarios. Por ello es que somos tan estrictos con los registros y por ello es que sólo el 2 por ciento de los casos que nos envían terminan por ser válidos», comenta Robert D. Young, actual director del GRG, poniendo especial énfasis en el hecho de que un acta de nacimiento no basta. Hay que registrar toda una vida con documentos, tal y como lo hizo Jeanne Calment, la francesa que llegó a los 122 años, siendo la persona más longeva documentada en la historia de la humanidad.

«Nos encontramos muy seguido con historias que, por estar validadas por el registro civil de un país, piensan que pueden entrar en esta categoría, pero como dije, sólo el 2 por ciento lo comprueba», continúa Young, mientras habla de la actual lista, que tiene a la italiana Emma Morano como la persona más vieja con vida (cumplirá 117 años el próximo mes). Es decir, una contemporánea de doña Susana quien, hasta la fecha, no ha optado por realizar las pruebas del GRG por una razón de su familia: «Ella no es un mono en exhibición y no nos interesan los récords, sino su vida y ella ha vivido 116 años y punto», comenta Luz María Martínez Villaescusa, la mayor de sus hijas vivas, con 77 años de edad.

«Tratamos de ser exhaustivos en las investigaciones por una sencilla razón: la gente que supera los 110 años pone a prueba los límites de la longevidad. Son casos excepcionales. Estamos hablando de la quinta edad y, como tal, merece sus propias condiciones», concluye Young.

La esperanza ¿muere?

En México, el Instituto Nacional de las Personas Adultas Mayores (Inapam) tiene registradas a 85 personas con edades entre los 110 y los 120 años, aunque no cuentan con programas especiales dirigidos para este sector de la población. Es decir, no tienen un concepto que los defina en razón de su edad. «Para el Inapam son personas adultas mayores todas aquellas que tienen de 65 años en adelante», respondió la oficina de comunicación social ante el cuestionamiento, mientras que José Ramón Amieva, secretario de Desarrollo Social de la CDMX, reconoce que los avances en materia de salud han aumentado la esperanza de vida y que ésta se seguirá incrementando con el paso de los años.

«En un futuro, veremos más personas mayores con estos rangos de edad y tendremos la necesidad de adecuar todos los servicios de la ciudad, tener una vivienda especial para ellos, garantizarles movilidad y un lugar en el espacio público. Necesitamos ser una ciudad con visión de cuidado al adulto mayor», explica, mientras los documentos del Inapam acreditan que, en materia de adultos de más de 110 años, es el Edomex el que lidera la lista, con 15 personas, mientras que la CDMX le pisa los talones, con 12 (entre ellos, doña Susana). Pero para las instituciones mexicanas, no son una categoría especial ni mucho menos ‘supercentenarios’. Es decir, no requieren atenciones y acciones personalizadas (un estudio que realizó la Secretaría de Desarrollo Social, Sedeso) define a quienes tienen más de 100 años como personas con una “longevidad excepcional”, “casos cada vez más frecuentes en la ciudad”, “símbolos del envejecimiento satisfactorio”, aquellos que “más que víctimas, sobrevivientes”).

Sobrevivientes sí… según el estándar máximo de lo que se puede vivir en esta ciudad: 76 años, los hombres y 78, las mujeres. Sobrevivientes también de la falta de preparación de una ciudad que no asume la vejez como propia, aquellos que, como Susana, superaron la tercera edad, les dicen que están en la cuarta, aunque quizá ya estén por la quinta, que tampoco tienen un nombre ni un lugar que les garantice el cumplimiento de sus derechos a la recreación, a la independencia ni a decidir sobre su patrimonio. Porque, según el “Perfil de salud de los Adultos Centenarios en la Ciudad de México”, realizado por el Instituto para la Atención de los Adultos Mayores (IAAM) en la CDMX, son personas que tienen una pérdida de capacidades para las actividades de la vida diaria, tienen problemas severos de salud relacionados con enfermedades crónico-degenerativas y dependen de un tercero para el sostenimiento y el cuidado. “Frágiles”, se puede leer en el documento que concluye con un perfil de cómo es un ‘supercentenario’ en la CDMX: mujeres viudas, con estudios básicos (no más de cinco años), con familiares encargados de ellas, dependientes y en riesgo de desnutrición.

La definición encaja perfectamente con Susana, aunque ella no se siente así. «Yo crecí como un animal, nunca me cansé ni me quejé de los dolores. Yo siempre me puse a hacer. Con el tiempo fui agarrando carácter».

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Dice que no tuvo doctores en toda su vida, salvo los últimos años. Recuerda que la única vez que se enfermó fue porque le picó la “chichimeca” (un mosquito que transmitía un virus), y se bañó con el agua de la lluvia que mató a muchas personas en la ciudad, allá por el año 1950, cuando trabajaba como sirvienta en una casa de la colonia Roma.La única cosa que aún la hace temblar es el baile. Tiene una pasión oculta por la música que le heredaron las fiestas que se hacían en la casa de Córdoba 183, en donde trabajaba para quien fuera tres veces presidente de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Alfonso Guzmán Neyra.

«Me enloquecía el baile, pero nunca aprendí a bailar, me daba vergüenza que me vieran brincar», confiesa, «quizá por eso vivo, porque no me deje llevar por las vanidades de mi época», comenta Susana, quien apenas este año recibió su acta de nacimiento y la pregunta que viene a la mente es la misma que lanza el secretario de Desarrollo Social: “¿Cómo pasó prácticamente dos siglos –todo 1900 y 16 años de los 2000– sin un acta de nacimiento, sin un documento que acredite su identidad?”. El problema es que su caso no es el único, ya que Trinidad Álvarez, quien le cedió la estafeta de la persona más longeva de la ciudad, murió un día después de que se le entregara el papel y una semana antes de cumplir los 117 años, en junio de este año.

En el caso de Susana, ella contaba con una credencial del IFE expedida en 1991, no tenía acta de nacimiento ni ninguna de las actas de sus dos matrimonios, tampoco fotografías ni registro de nacimiento de hijos antes de 1948, cuando tuvo un bebé que perdió la vida al nacer, el primero de su descendencia con registro en la Ciudad de México. A falta de eso, el Registro Civil junto con la Secretaría de Desarrollo Social tuvieron que contactar a las oficinas de Tabasco para rastrear su información, mientras que verificaban con testigos que los datos de Susana Villaescusa Sánchez, nacida en 1900 en Villahermosa, Tabasco, fueran correctos. «Sea cual sea el caso, el Registro Civil debe tramitar de manera inmediata el acta de nacimiento a las personas mayores», detalla Amieva, dejando la puerta abierta: ¿Es válido generar actas de nacimiento sin certezas?

Lo cierto es que, aunque la GRG no acredite a doña Susana como una supercentenaria, y la CDMX no esté preparada para atender los casos de longevidad extrema, sus manos son claras y hablan. Nos cuentan que la vida, con agua y sal, es más larga.