Por allá de la década de los 60 y 70, la vida nocturna de la Ciudad de México, que solía ser muy movida y hasta medio salvaje (la pueden ver todavía en algunas películas de la Época de Oro del Cine Mexicano) se transformó drásticamente por diversos motivos, que iban desde la censura de parte del Gobierno a cierto tipo de espectáculos hasta las recurrentes crisis económicas.

La diversión nocturna de la capital estaba centrada en la Zona Rosa y otras áreas cercanas, como Paseo de la Reforma, Bucareli, la colonia Tabacalera y el mismo Centro Histórico.

La palabra “antro” servía para describir un lugar “de mala muerte”, así que decirle a tu abuelita “ahorita vengo, voy al antro con mis amigas” tenia una connotación muy diferente a la que podría tener hoy.

Los cabarets

El único reducto de las desenfrenadas noches capitalinas de los 50 fueron los cabarets (o “cabaretes”, como les decían algunos), que eran lugares en los que la reprimida sociedad chilanga de los 70 y 80 podía ver a chicas con poca ropa, beber, bailar (sí, en los antros se bailaba) y dejar parte de su quincena platicando con alguna chica que pedía bebidas caras y que el mesero se las entregaba con una pequeña ficha (de ahí el nombre de “ficheras”) que después ella podía cambiar por efectivo.

El cabaret no era un table dance, sino un centro de espectáculos en el que el, digamos, “culto a la carne” era el motivo que reunía a los noctámbulos de ambos sexos en prendidas fiestas en las que pedir una botella y varias coca-colas era el ritual a seguir.

Había de todo, pero algunos de los más famosos eran El Quid, el cual se encontraba en la calle de Puebla, en la colonia Roma, y que, decían, era propiedad del famoso productor televisivo Ernesto Alonso (el creador de memorables telenovelas, como “El Maleficio”).

Otro era el Capri, localizado en el Hotel Regis, en Avenida Juárez, junto a la Alameda (dejó de existir en el terremoto de 1985), el cual también era muy recurrido, con una excelente ubicación y en sus carteles aparecían las vedettes más famosas de aquellos días.

Los shows variaban desde grandes coreografías, hasta llamativos shows en los que se emulaba el antiguo Egipto o en donde bellas mujeres se bañaban en una enorme copa de “champagne”… no había límite, especialmente porque la competencia era grande.

Los centros nocturnos

A diferencia de los cabarets, donde la idea era ver a las vedettes del momento, en los centros nocturnos la idea era ver el show de uno de los artistas más famosos de aquellos días, especialmente esos que tenían éxitos en la radio o se presentaban con Raúl Velasco en “Siempre en Domingo”.

Así, en el Belvedere, del Hotel Continental; en El Patio, en la calle de Atenas de la colonia Juárez, o en el hotel Crowne Plaza se presentaban artistas como Manolo Muñoz, José José y José Luis Rodríguez “El Puma”, acompañados de otros grandes personajes, como el mago Chen Kai o jóvenes comediantes que hacían sus pininos, como Polo Polo.83333

En esos años no había conciertos masivos en la Ciudad de México, no existían lugares como el Foro Sol, el Palacio de los Deportes había sido construido para los Juegos Olímpicos y no se la daba otro uso constante, y el Auditorio Nacional tenía pocos eventos durante el año.

Así que el único lugar que tenían los chilangos para ver a las estrellas en vivo eran estos centros nocturnos que se publicitaban constantemente en televisión, especialmente durante las temporadas en las que se presentaban grandes estrellas, como Lila Déneken (…“la número uno… uno… uno”…) que tenia un show lleno de efectos especiales al estilo Las Vegas, o la famosísima Olga Breeskin (…“todos queremos ver a Olga”…) que tocaba el violín en traje de baño y se enredaba en el cuello una enorme serpiente al estilo de lo que varios años después hiciera Salma Hayek en la película “Del Crepúsculo al Amanecer”.

Los grandes centros de espectáculos

Poco a poco, en la década de los 80 los chilangos fueron exigiendo más y mejores espectáculos, por lo que estos lugares evolucionaron a otros más grandes, como el conjunto Marrakech, que era mejor conocido por su slogan: “El Lugar”.

Situado en la calle de Florencia, en el corazón de la Zona Rosa, muy cerca del Ángel de la Independencia, este era un conjunto de cuatro salones que servían de sala de conciertos, salón de baile y discoteca por igual: Casablanca, La Madelon, Morocco y Valentinos.

Así, en un solo lugar se presentaban las grandes estrellas de la televisión (los dueños eran los mismos) y personajes como Nelson Ned o el “Loco” Valdez tenían una nueva opción para presentarse. Inclusive había un show alternativo del popular programa de TV “La Carabina de Ambrosio”, pero con humor apto para público de cabaret que podía pagar un lugar más elegante.

Sin embargo, gran parte de esta vida nocturna, que ya no vivía sus mejores años, terminó drásticamente, entre otras cosas, por dos causas importantes: el cambio en los gustos del público que, en su mayoría, era juvenil, y el terremoto de 1985.

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Así, artistas como Flans o Timbiriche ya no encajaban muy bien en estos formatos, y artistas como Emmanuel buscaban más inspiración en los shows de artistas internacionales como Peter Gabriel, que requerían espacios más grandes y modernos.

El terremoto de 1985 destruyó icónicos lugares de la Ciudad de México, como el Hotel Regis y el Hotel Continental, el cual se encontraba cerca del cruce de Insurgentes y Reforma, punto de reunión importante para los noctámbulos chilangos y que fue uno de los más afectados.

Desde entonces, la vida nocturna se transformó y, durante la segunda mitad de los 80, se empezaron a organizar más presentaciones masivas, las cuales habían estado prohibidas en la Ciudad de México prácticamente desde los días de Avándaro. Era imposible pensar en un concierto de rock en alguno de los grandes escenarios, por lo que éstos se limitaban a ciertas zonas alejadas, como Santa Fe, a donde todavía no llegaban los grandes corporativos.

Otros lugares que fueron muy populares para la diversión del nuevo público joven eran las discotecas, como el Magic Circus o el News, que tenían presencia tanto en el norte de la Ciudad (por el rumbo del Toreo) como en el Sur.

Foros como el Teatro de la Ciudad empezaron a albergar conciertos de artistas de moda, la Plaza México era el lugar más grande donde se presentaban conciertos al aire libre, el Auditorio Nacional empezaba a ser abierto para estrellas internacionales, como el mago David Copperfield, y el Palacio de los Deportes, en donde los conciertos más “prendidos” eran los “duelos” entre Timbiriche y Parchís, empezó a ofrecer conciertos de bandas como Hombres G.83331

Y para los que todavía extrañaban los antiguos espectáculos con cena, show y baile, con su propia mesa y mesero, se creo el Metrópolis, localizado en San Jerónimo y que después fue rebautizado como “Premier”. Era un gran foro con capacidad para unas mil personas y con lo último en tecnología de luz y sonido.

Aquí se presentaron todo tipo de shows, desde Ray Conniff hasta Roberto Carlos, la presentación en México de Juan Luis Guerra, conciertos de Yuri, Rocío Banquells, Enanitos Verdes y otras grandes estrellas de la época. Poco a poco fue desapareciendo ante la apertura de nuevos foros y el cambio en los gustos del público.

El Premier cerró sus puertas con la llegada del nuevo siglo y ya había sido rebasado por otros centros de espectáculos más grandes y funcionales.

Así, para mediados de los 90, ya se había transformado la vida nocturna de la Ciudad de México, en la cual actualmente predominan los bares y restaurantes, dejando de lado los espectáculos de corte más íntimo en los que los chilangos podían cantar a unos metros de Raphael o admirar a una bella vedette antes de que un director de cine la descubrirá y la llevara a una película en donde compartiera créditos con Alfonso Zayas.

¿Conoces de algún otro antro de los que había antes?

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