Juan Manuel Márquez no ha llegado de su entrenamiento vespertino y debo esperar afuera de su casa, al sur de la ciudad. Una reja de hierro me permite ver un Hummer adentro; mis prejuicios se activan. Lo he visto en la televisión hablando de forma coherente, incluso concediendo entrevistas en inglés, lo que me confirma que definitivamente no se amolda al estereotipo del boxeador mexicano. Pero el Hummer… La unidad en donde se encuentra su casa está rodeada por otras construcciones lujosas, pero ninguna podría calificarse como excéntrica. Incluso la discretísima entrada a la unidad me indica que aquí vive gente a la que no le gusta sentirse observada. En ese momento llega un SUV Ford con Juan Manuel en el asiento del copiloto. Usa gorra y el cuello de la chamarra en alto, como tratando de ocultar su rostro de miradas indiscretas. Al entrar detrás de él, alcanzo a ver un par de autos Porsche. Mis prejuicios reciben otro vuelco.

Estoy aquí para hablar sobre la próxima pelea de Márquez contra el aparentemente invencible Manny Pacquiao; hace pocas semanas, casi por azar, conocí al preparador físico del boxeador filipino, el colombiano Álex Ariza, y no puedo dejar de pensar en lo que me dijo cuando le pregunté qué se necesitaba para ganarle a Pacquiao, incuestionablemente el mejor boxeador del mundo: “Para ganarle, se necesita alguien más obstinado que él. A Manny hay que detenerlo hasta para que no entrene de más”. Me pregunto si Juan Manuel Márquez será esa persona. Obstinado sí es: será la tercera vez que lo enfrente.

Nacido para pelear

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El sábado 12 de noviembre va por otro título mundial. (Alejandro Fuentes)

Juan Manuel es afable; me sirve agua mientras sonríe. Sus ojos y su voz contrastan con su rostro duro. Se ve que tiene un repertorio de respuestas bien ensayadas ante las preguntas típicas; se le nota a gusto hablando de su padre boxeador, de su determinación para hacer una carrera técnica en contabilidad que lo llevó a laborar en la Secretaría de la Reforma Agraria y en la Secretaría de Seguridad Pública, de su hermano, que también es boxeador. Ya no es un jovencito (tiene 38 años), pero los críticos coinciden en que es el mejor boxeador mexicano en activo. Le pregunto por qué debutó hasta los 20 años si su padre tenía los contactos para ayudarlo a ser profesional desde antes, al alcanzar la mayoría de edad: “Me lesioné la columna vertebral por estar jugando como chango en los árboles de Africam Safari; me caí, tuve vértebras desviadas”.

El box fue parte del estilo de vida de la familia Márquez desde siempre, por eso le pregunto si era un chamaco gandalla en la escuela. Responde rápido, como si contragolpeara: “En la calle voy invicto”. Dice que no fue buscapleitos y que peleó para defender a su hermano (también boxeador) o su honor, principalmente en rencillas de tráfico. ¿Y en la calle cuándo fue la última vez que te peleaste?, reviro. Ríe divertido. “Hace como cuatro años: manejaba detrás de un tipo que aceleró cuando se puso la luz ámbar en un semáforo y yo hice lo mismo; al final se arrepintió y yo lo alcancé por atrás cuando frenó. Se me quedó viendo por el retrovisor y le dije ‘qué pendejo eres’; se bajó y me dijo ‘te voy a dar en tu madre’. Me quité mis lentes y mi gorra. Esa vez me lastimé un nudillo”.

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