Salir a disfrutar de las noches chilangas no sólo nos pone a pensar a dónde iremos, qué nos pondremos, a qué hora, con quién, como qué se antoja, también… ¿dónde estacionaré el coche?

Algunos resuelven rápido: no tienen auto, sus amigos les dan un raite, lo dejan en un estacionamiento o se lo entregan al valet parking.

Pero hay quienes prefieren rifársela y buscarle ‘campito’ aunque sea un poco lejos del bar, pero llevándose sus llaves y sobre todo, no pagando por estacionarlo en un lugar que en teoría es de todos: la calle (a excepción de los parquímetros claro está).

También algunos lo logran y se van tranquilos a chelear, pero otros tienen que lidiar con los inevitables ‘viene, vienes’, que a veces aparecen de la nada y se ponen, diría yo, más rudos que el bull dog de tu vecino cuando te acercas por error a su portón.

Así que van estas historias reales de terror, sobre los encuentros cercanos del tercer tipo con algunos franeleros de la ciudad.

Juárez

Eran como las 8 de la noche, se antojaban unos mojitos en el mil veces heróico bar Milán, y como era jueves, quería llegar con mi novio antes de las 9 para alcanzar la promoción de 2×1.

La Juárez es una colonia muy tranquila, no tiene mucha vida nocturna así que es súper fácil encontrar lugar, incluso en la mismísima calle de Milán, pero de inmediato llegó un franelero acosador, así que decidimos dejarlo en Lucerna casi esquina con Reforma y darle toda la vuelta a la manzana para llegar al bar.

Ahí no había nadie y según nosotros actuamos rápido, pero cuando llegamos a la puerta del Milán, ya nos esperaba otro franelero con el que tuvimos esta conversación:

-Señorita son 30 pesos por el lugar.
-¿Cuál lugar?
-Donde dejó su coche.
-Pero si no traigo coche, llegué caminando.
-Sí trae coche, es un Peugeot que está estacionado casi en Reforma.
-Pero cómo, si no traigo coche.

Acto seguido lo ignoramos y nos metimos al bar. Al salir, mi auto ya tenía una rajada mala onda en la puerta derecha de atrás y a esa hora ya no había nadie a quién reclamarle. Ahora me estaciono hasta la calle de Roma, hasta allá les da hueva llegar.

San José Insurgentes

Llevé a mi esposa y mis dos hijas al Teatro Wilberto Cantón, la función fue al medio día, así que me estacioné en una de las calles cercanas, donde había muchísimo lugar disponible.

Al salir y después de subirnos al carro, un franelero se acercó y me dijo:

-Jefe lo molesto con 30 pesos.
-Pero por qué te voy a dar 30 pesos si yo llegué antes que tú.
-Pues hágale como quiera pero son 30 pesos.
-Ten 5 pesos y di que te fue bien.

El ‘viene, viene’ se enojó y me dijo:

-¿Sabe qué? Mejor bájese.
-¿Cómo me voy a bajar? ¡No!

Subí mi vidrio y mis hijas comenzaron a decirme ‘sí papá, bájate, ándale, bájate’; mejor me arranqué.

Villa Coyoacán

Me quedé de ver con una amiga para hacer mi primera visita a El Hijo del Cuervo.

A veces los estacionamientos en Coyoacán cierran temprano, más si es entre semana, y como era miércoles alrededor de las 10 de la noche, mejor decidimos dejarlo en Aguayo y Malintzin. De inmediato se acercaron tres franeleros:

-Son 20 pesos señoritas.
-Sí, está bien, sólo que te doy cuando salga.
-No, acá se paga por adelantado.
-Cómo crees, te pago cuando salga, no traigo cambio. Aparte es justo que te dé después de que hagas tu chamba de cuidarlo, no antes.
-No se preocupe señorita, aquí vamos a estar cuando salga, pero son 20 pesos.
-Te doy 10 ahorita y los otros 10 cuando salga.
-Ya le dije que tiene que pagar por adelantado y hágale como quiera, o mueva el coche.

Decidimos darles 10 pesos y obvio no les pareció, así que cuando salimos el carro ya tenía una de las llantas de adelante rajada, y estaba abierto, aunque como nunca dejo cosas de valor, no se llevaron nada. Obvio ellos ya no estaban.

Me quedé con mi coraje y la cuota de 680 pesos que me costó reponer mi llanta.

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