La calle de Artes atraviesa la colonia Santa Catarina, uno de los barrios más antiguos de Coyoacán, como un laberinto silencioso. Salvo el adoquín y el empedrado, nada queda de su personalidad original. Quizás por eso, nadie imagina que durante la Segunda Guerra Mundial dos agentes de la Secretaría de Gobernación (el Inspector PS-1 y el Inspector PS-7) vigilaban en secreto el número 123 de esta callejuela alejada del bullicio folclórico de Coyoacán.

En 1939 —un poco antes o un poco después del ataque a Polonia, con lo cual comenzaría formalmente la guerra— los agentes tuvieron una cita con una fuente anónima de la que luego elaborarían un reporte detallado. Durante el encuentro, el informante los puso al tanto sobre un gran número de folletos, donde se reproducían discursos de Hitler, que alguien repartía por todo México. Les advirtió, además, sobre las operaciones de un espía nazi en la capital mexicana.

La presencia en la ciudad de agentes encubiertos del régimen nazi o de la CIA no era una sorpresa. Pero los agentes se alarmaron cuando escucharon, de labios del anónimo informante, el nombre del supuesto espía: Enrique Gutmann. ¿Podía eso ser posible?

Peinado de raya a un lado, relamido hacia atrás, lo cual le daba un aire cándido a su rostro lampiño, Gutmann no provocaba sospechas. Había llegado unos años antes, el 13 de junio de 1934, cuando la Secretaría de Gobernación aceptó recibirlo desde Praga, junto con su esposa, la mexicana Magdalena Farks. A juzgar por los viajes que había realizado anteriormente por Suiza, París y España, el dinero no era un inconveniente para él. El permiso de permanencia era de seis meses, pero Gutmann se quedaría mucho más tiempo.

Apenas pisó suelo mexicano, Gutmann se presentó como escritor y fotógrafo. En Alemania escribía para el entonces periódico germano más importante: el Berliner Mongenpost. Una vez que se instaló en el país comenzó a colaborar como corresponsal para la revista Life  y para el Paris-Tageblatt de Francia. Con el tiempo se convertiría en uno de los primeros refugiados en México y uno de los antifascistas más visibles de aquellos años.

¿Cómo era posible que un hombre así fuera acusado de ser un espía de Hitler?

La única prueba que el informante anónimo ofreció al Inspector PS-1 y al Inspector PS-7, fue un recorte del periódico El Popular, fechado el 23 de septiembre de 1936, donde Gutmann era presentado como un célebre intelectual, conocedor de la obra del escritor B. Traven y de Alexander Von Humboldt. En la entrevista, Gutmann admite cierta simpatía por el régimen nazi, aún cuando éste había realizado ya una quema masiva de libros no deseados.

«Se cree que el pueblo alemán es rudo y belicoso —declaró—. Nada más inexacto. La crisis económica que se desarrolla fuertemente en la Europa Central ha dejado sin trabajo a millones de alemanes. Lo que ahora se desarrolla históricamente en Alemania es un sorprendente y pujante ensayo para volver a ganar un puesto de trabajo».

Este testimonio convenció al Inspector PS-1, quien se hacía pasar como un simple burócrata de turismo, para montar una investigación. Resulta extraño que los servicios de inteligencia mexicana invirtieran recursos en espiar a un personaje a quien el escritor y periodista mexicano Luis Spota calificó como “el representante de todos los refugiados políticos”. Incluso el afamado fotógrafo Walter Reuter, al llegar a México, reportó que su pariente más cercano era Enrique Gutmann que vivía en Artes 123.

Pero por alguna razón, los pasos de Gutmann fueron seguidos de cerca por dos agentes de Gobernación desde 1939, hasta 1948. Eran tiempos de guerra, de sospechas y de eternos malos entendidos.

El martes, aquí en Chilango, la segunda parte de este reportaje. ¿Qué descubrió la inteligencia mexicana de este “espía nazi” ?