La paradoja estaba servida en el Palacio de los Deportes: se trataba de un juego de futbol americano –el juego viril por excelencia entre los gringos–, pero eran mujeres las que lo protagonizaban; ellas dominaban el espectáculo, los hombres las tribunas. Ninguno de los aficionados, al menos los que iban bien informados, esperaba un partido excelso. Sí, era el juego de estrellas, pero las verdaderas estrellas deportivas no vinieron; en cambio, las mujeres con cuerpos más espectaculares sí estaban ahí.

Al verlas aparecer en las pantallas gigantes que mostraban las imágenes en HD, uno no podía dejar de sorprenderse al ver en algunas una serie de músculos que, casi con seguridad, ninguno de los que atestiguábamos el show sabíamos que se podían desarrollar. Y no, a diferencia de las hombrunas fisicoculturistas, estas mujeres aún conservan sus curvas y su sex appeal. La crónica tradicional las llamaría simplemente “diosas” para ahorrarse adjetivos. Pero para serlo de verdad necesitarían un rito, que pronto apareció: en cuanto las luces se encendieron, luego de la pirotécnica presentación, los hombres que estaban en la tribuna cercana levantaban firme y ávidamente una mano, cada quien empujando al de al lado para que la suya estuviera más elevada. Era el rito de la veneración coronado por un celular deseoso de encontrar LA imagen.

El Palacio de los Deportes mostraba menos de la mitad de su espacio ocupado, aunque a medio juego ya se veía aproximadamente al 60%. Algunos prefirieron la incomodidad de las escaleras para estar más cerca, antes que sus lugares en las tribunas más altas. Las gradas en las zonas de anotación lucían vacías porque todos querían estar frente a la acción, a los golpes, al ansiado accidente con la (escasa) ropa. El sonido local arengaba y pedía silbidos, que la tribuna respondía con poco entusiasmo; anunciaba que el próximo año habrá un equipo mexicano en esta liga, programaba música en la que prácticamente nadie reparaba. Las acciones pronto hicieron olvidar eso a partir del primer tacleo violento, que fue acompañado por un “uooo” grave, seco. Las miradas de sorpresa, los dedos índices apuntando hacia donde estaba la derribada en turno, las sonrisas con un toque de sadismo… ya estábamos en ambiente de juego.

Del partido, deportivamente hablando, se puede decir poco. Muchos pases incompletos, muchos balones sueltos y un dominio arrasador de quienes representaban al Oeste. Sin embargo el show estaba ahí, con los frecuentes conatos de bronca entre las chicas, que no parecían planeados, pues sí vimos a alguna, por ejemplo, tirar una patada a quien la había tacleado o a la quarterback del Este tirando un codazo a la cabeza de su rival al sentir que había usado excesiva rudeza cuando ya había lanzado el pase, incluso puñetazos y pisotones marrulleros mientras yacía alguna rival en el suelo. Bueno, hasta los entrenadores intentaron liarse a golpes y las jugadoras los separaron. Por momentos, esto nos hizo olvidar incluso que el show estaba en la ropa, o su escasez, y nos concentramos en las acciones rudas, siempre acompañadas de gritos de asombro.

Hubo varios detalles divertidos, como las cámaras buscando en el medio tiempo parejas besándose (¿quién lleva a su novia a un partido de mujeres sexy y se pone a besuquearla cuando las jugadoras no están en el emparrillado? ¿O de qué se trata? ¿Mientras salen las otras?) o la elección de una persona de la tribuna para taclear a una de las jugadoras (por cierto, el personaje elegido nos recordó a Otto Mann, el chofer del autobús escolar de Los Simpson); lo curioso con este personaje fue que después de taclearla, la cámara lo ubicó en las tribunas y dio paso a un largo, sonoro y lleno de envidia “culeeeeroo”. Por su parte, mientras no jugaban, algunas chicas de los equipos defensivos, principalmente del Oeste, bailaban y hacían movimientos provocadores, para deleite de la tribuna que estaba cerca y envidia de la que estaba enfrente, aunque hay que decir que el único accidente con la ropa, un jalón de pantaleta, fue visto de frente por los que se habían perdido los bailes de las jugadoras.

Por supuesto, entre tanta testosterona, hubo una bronca en las gradas que la gente de seguridad tardó varios minutos en controlar y cuyos participantes se negaban a concluir, por lo que se llevaron una buena paliza una vez que fueron sometidos. Distrajo tanto la atención que la gente pidió a gritos que sacaran a los rijosos.

Al final, el marcador fue 7-37 a favor del Oeste, la prensa molesta por el lejano lugar para tomar fotos (y la evacuación antes de que terminara el partido) y la gente divertida por un espectáculo novedoso en la ciudad. Si en verdad habrá un equipo mexicano en esta liga y llega a jugar aquí, habrá que afinar detalles (como una cancha mejor iluminada), pero parece una buena opción, aunque creemos que todavía hay poco público porque ¿cuántos de los que vinieron son fans del futbol americano? En vista de las circunstancias, poco importa: estas diosas podrían hacerse rápido de una feligresía.