El movimiento lésbico, gay, bisexual, transgénero (LGBT) en la Ciudad de México tiene aproximadamente 40 años de presencia, si ubicamos sus inicios a mediados de los setenta. Como mencioné en otro artículo, las conquistas son palpables, pero también hay demandas pendientes: legalizar el matrimonio para parejas del mismo sexo fuera del Distrito Federal, combatir efectivamente el bullying y los crímenes de odio, implementar políticas públicas para las personas transexuales, reconocer desde el Estado que hay homofobia en el país y actuar en consecuencia… Hoy las propuestas de los candidatos, en términos de diversidad sexual, son pocas y decepcionantes, si no es que nulas. Aunque hay que tener cuidado con generalizaciones.

La idea del voto rosa consiste en agrupar a las personas LGBT en un bloque único, pensando que tienen un perfil electoral más o menos similar, y que ejercen su derecho al voto en función de lo que proponen los candidatos en temas de diversidad. Pero este voto rosa es un mito: no tenemos números sobre orientación sexual e identidad de género en México. No sabemos dónde viven los gays, a qué se dedican las lesbianas, qué edad tienen los bisexuales, a qué se dedican las personas trans. Vaya, están en todos lados, pero no hay datos duros al respecto. Y tampoco sabemos, claramente, por quién votan.

Después de conversar con gays de varios lugares de la república, compruebo que las preferencias políticas son tan diversas como las sexuales: votamos por todos los colores. Es cierto que hay personajes y partidos que han demostrado mayor respeto, empatía e interés por temas de diversidad, discriminación e igualdad. Hay ejemplos de actitudes y acciones tanto a favor como en contra al menos en los tres principales partidos. Hay nombres y apellidos de personas abiertamente L, G, B o T y de aliados heterosexuales en muchos espacios. Pero, aunque muchos quieran convencerse de lo contrario, no hay ningún partido que sea, parafraseando a Chabelo, “amigo de todos los gays”.

Así surge, entre algunos votantes, lo que yo llamaría el Síndrome de Fan de Yuri. Esta cantante (aparte de passé) tiene el hábito de referirse a sus admiradores homosexuales como si hablara de una raza de perros tiernos que se pueden cargar a manera de accesorio: “Son excelentes amigos, lindísimos, lo máximo.” Con una noble intención en principio, acaba por caricaturizarlos. La respuesta de un gran sector de la comunidad gay, tristemente, es nombrarla reina, embajadora y demás en sus fiestas gremiales, en agradecimiento a su amor. Aceptar lo que les dé… porque, claro, no cualquier artista se digna a reconocerlos. Mucho menos a hablar bien de ellos.

En este sentido, cuando un candidato afirma que no hará nada para retroceder en la igualdad ganada para personas LGBT, pero tampoco hará nada a favor, no está siendo amigo de los gays. Cuando un político responde que prefiere no tomar postura y que la ciudadanía elija mediante voto popular sobre los derechos de una minoría, está dando la espalda. Cuando un líder partidista publica en Twitter la foto de Lady Gaga para decir que su partido no es homofóbico, falla en demostrarlo con acciones concretas.

No estar en contra del respeto a la diversidad no equivale a estar a favor. No vetar una propuesta de ley que extiende derechos a los ciudadanos LGBT no significa que la apoye. Esos discursos ambiguos no implican solidaridad. Para decirlo de forma clara: la diversidad sexual no tiene presencia suficiente en las agendas de los políticos, ni en una carpeta especial ni como un tema transversal en sus propuestas. No hay que aceptar esa tibieza, sino demandar ofertas satisfactorias. No hay que tomar una actitud de “por lo menos”, sino cuestionar e increpar. No hay queportarse como fans de Yuri, sino exigir más.

@etorremolina

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