En 2010, Arturo Bermúdez era editor de fotografía en una revista de corte político, cuando visitó por primera vez el hospital Dr. Pedro López, especializado en atender enfermos de lepra. Lo que parecía un reportaje fotográfico de rutina, se convirtió en el libro El Último Leprosarioun trabajo que le llevó más de tres años y concluyó con un acervo de más de 3000 tomas. Veterano, como reportero gráfico y ganador del Premio Nacional de Periodismo Cultural, Arturo nunca se imaginó que iba a conocer de manera íntima la historia los enfermos de avanzada edad que esperan su destino en aquel lugar.

Para llegar ahí, hay que salir de la Ciudad de México rumbo a Puebla, tomar camino a Iztapaluca y desviarse a Zoquiapan, zona rural donde un patronato lleva el hospital inaugurado por Lázaro Cárdenas en 1939. Hoy es el único lugar oficial en su tipo, aunque hay clínicas donde la lepra se atiende de manera preventiva. Infiltrado en un principio como voluntario, pero con la cámara fotográfica lista, Arturo se ganó la confianza de los internos, hizo amistad con ellos e irremediablemente se involucró sentimentalmente. Esta relación le permitió captarlos en su vida cotidiana, de manera cercana y al mismo tiempo mostrar las deplorables condiciones en las que viven.

En las cuatro hectáreas de terreno, los enfermos tienen su dormitorio, una pequeña capilla y en algún tiempo hubo un billar, peluquería y hasta una cárcel para los que se portaran mal. Cuando Bermúdez entró por primera vez, cinco mujeres y siete hombres lo habitaban: Carmelita, Rosa, Esther, Martha, Mary, Miguel, Fernando, Adán, Francisco, Humberto, Cirilo y Lucio, encantador viejecillo con quien tuvo más contacto. Los internos llevan ahí casi toda su vida, algunos desde su adolescencia, y la mayoría de ellos fueron abandonados por sus familiares.

Desde la primera vez que visitó el lugar, algunos enfermos han muerto. Sobre su trabajo explica: “asisto al leprosario dos veces por mes y paso varias horas saludando y visitando a mis conocidos, los observo en sus actividades diarias; espero la luz, armo la composición y oprimo el obturador de la cámara. Me cuestiono con cada foto y la intimidad que de ellos abordo”.

La lepra es una enfermedad tabú: desde tiempos bíblicos se sabe que a la gente contagiada de este mal no hay que acercársele bajo riesgo de contraerla. Tan solo el contacto, dice el mito, basta para adquirir la bacteria que en el peor de los casos, termina por deformar el cuerpo. “Mi esposa y mi hija me preguntan sobre los riesgos de contraer la enfermedad. De forma casi médica, les explico que sólo expuesto a las secreciones de ellos y con un sistema inmunológico débil podría contagiarme. La lepra lepromatosa es la forma más grave, contagiosa y mortal; devora y deforma el cuerpo, mientras que la tuberculoide sólo ataca el sistema nervioso y las articulaciones”, explica Arturo.

Las fotografías muestran los cuartos, los pabellones y los jardines del lugar. Pero también reflejan la alegría de los enfermos, la nostalgia de una vida que ya no existe y la lucha por no dejarse vencer. Una de las enfermas, Mary, disfruta viendo películas mexicanas y adorna su dormitorio según las festividades.

La primera vez que Bermúdez trató de tomar un retrato de ella, se mostró coqueta: “Deja que me arregle, me pinte la ceja y me ponga un sombrero”.

El último leprosario se presentará el próximo 20 de octubre en la Casa del Poeta Ramón López Velarde (Álvaro Obregón 73, entre Córdoba y Mérida, colonia Roma).

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