Ayer, durante el sismo de 7.8 grados Richter que se registró en la Ciudad de México, varios de los alumnos de la preparatoria en la que soy profesor se sorprendieron por la magnitud del movimiento. Una colega me dijo, parte en broma y parte en serio, que vio “muchas caras blancas” en los pasillos mientras desalojábamos el edificio, en alusión al miedo que algunos reflejaron al sentir que el piso se movía.

Varios mayores insistimos en que no era para tanto, que el del ’85 había estado “más fuerte”. Su respuesta a nuestras “tranquilizadoras” palabras eran miradas de asombro e incomprensión: ninguno de nuestros alumnos nació antes de 1993. Es decir, el Sismo del 85 (así, con mayúsculas) no es para ellos ni siquiera un lejano recuerdo de infancia. Muchos de ellos no recuerdan haber visto imágenes de archivo y asumen aquel terremoto como un tema que los mayores abordamos esporádicamente para recordar abstracciones como solidaridad, acción ciudadana, incompetencia gubernamental y un largo etcétera.

Casi al mismo tiempo que se anunciaba el desalojo del edificio para revisarlo estructuralmente, los chicos ya manipulaban sus teléfonos celulares, haciendo o recibiendo llamadas. No pasó mucho tiempo para que uno avisara que se había caído la red; unos segundos después otro anunciaba que lo único que servía era WhatsApp. A falta de servicios de voz, mensajes SMS y tuits. Revisión rápida del perfil en Facebook y publicación en sus muros de fotos con sus amigos en la explanada…

Nada de esto era imaginable en 1985. Entonces, después del temblor, sobrevinieron el silencio y la zozobra. La búsqueda de aparatos con red eléctrica (caída) o funcionando a pilas, para ver o escuchar a los comunicadores que tuvieran información precisa (pasaron horas para que así fuera). En 2012 nuestro comunicador estrella de la TV estaba en Roma, bastante lejos de la acción, y siguió vía Twitter lo que ocurría en México, donde miles de personas tomaron control de la información y difundieron datos (veraces, en la mayoría de los casos) acerca del sismo y sus repercusiones en diferentes partes de la Ciudad y del país. El Jefe de Gobierno hizo lo propio y tuiteó en tiempo real mientras le reportaban sus coordinadores de Protección Civil, bomberos, policía, etc. No ocurrió lo mismo con los tres principales candidatos presidenciales, ninguno de los cuales tuiteó al respecto sino hasta muchas horas después de ocurrido el sismo.

Expertos han explicado que el temblor de ayer liberó la mitad de la energía desatada en 1985. Un proceso inverso observamos entre los usuarios de Internet y redes sociales. Podemos estar tranquilos porque la Generación Twitter, aunque no comprenda (del todo) el duelo de cada 19 de septiembre, entiende (y muy bien) de qué va comunicarse rápida y eficientemente en situaciones de emergencia. Ya no dependemos de un lector de noticias, ni de un gobierno, para enterarnos y reaccionar ante un acontecimiento que puede cambiar las vidas de millones. Otra vez.

@pepegonzalezmx