La historia del «difunto ahorcado», conocido también como «el hombre que murió tres veces», se remonta al México de la Colonia, a un domingo 7 de marzo del año de 1649, para ser exactos. Ese día la gente que se encontraba cerca del Palacio del Arzobispado contempló un hecho insólito, no tanto por el acto en sí, sino por las circunstancias en las que se llevaba a cabo.

Apenas en julio de 2017, cuando iniciaban las obras de remodelación del Zócalo capitalino, salió a la luz un «secreto» que no lo era tanto: los vestigios del que alguna vez fuera el plan original de esta área emblemática de la Ciudad de México.

Más allá de este rostro planeado por Santa Anna que nunca se consumó, el Zócalo ha sido mudo testigo de varios hechos que, debido a su carácter extraordinario, quedaron impresos en la tradición oral de los capitalinos a manera de leyendas.

Cuenta la leyenda del «difunto ahorcado» que por la entonces llamada Plaza Principal o Plaza Mayor pasó un caballo con tres tripulantes tan distintos entre sí, que era imposible dejar de verlos. El primero era un hombre blanco y barbado, de presumible origen portugués y ya se encontraba muerto. Sujetándolo para que no se cayera del animal iba un indígena corpulento. El tercer sujeto que los acompañaba era un pregonero, quien iba narrando a grito pelado las causas de la muerte del extranjero, ante los ojos atónitos de quienes contemplaban el hecho:

«Sabed habitantes de México, que hoy día domingo, al filo de las siete horas de la mañana, mientras oían misa los presos de la cárcel de la Corte, este hombre se quedó en la enfermería, a excusas de que estaba muy malo; y que se hallaba ahí preso por haber asesinado alevosamente al alguacil del pueblo de Itztapalapan. Mientras los presos oían dicha misa, se bajó en secreto y se ahorcó, sin que nadie lo viese ni lo sospechase.

«Acabada la eucaristía y buscándolo los carceleros, lo encontraron como ya se ha dicho; se les dio cuenta a los alcaldes de la Corte y hecha la averiguación correspondiente, en la que se probó que ninguna persona le había asesinado ni prestado ayuda, se pidió licencia al Arzobispado para que se ejecutara con la pena capital, a la que había sido previamente condenado por la muerte del alguacil del pueblo de Iztapalapan.

«Sepan, mexicanos, que por ser hoy el día del Santo Doctor de la Iglesia Tomás de Aquino, y además domingo por ley no puede haber ejecuciones, pero sí puede hacer justicia la patria. Y es la patria quien ordena que hoy sea ahorcado el ya difunto en la Plaza Mayor de esta ciudad para que sirva de escarmiento y ejemplo a los que cometen este tipo de actos».

Poco a poco, la muchedumbre curiosa fue creciendo. Y es que, si bien la Santa Inquisición tenía por costumbre quemar simbólicamente a alguien que ya había fallecido —o desenterraba sus huesos en señal de deshonra—, era un hecho insólito que en esta ocasión realmente se fuera a colgar a un cadáver, cumpliéndose así una suerte de la «segunda muerte» del «difunto ahorcado».

Y así fue: después de exhibir el cuerpo del extranjero muerto por las calles del primer cuadro de la ciudad, el caballo y su singular tripulación se detuvieron en la Plaza Mayor y ahí se consumó la «condena de muerte» que el hombre se había ganado por asesinar a un funcionario. Y aunque la costumbre era que a los ajusticiados se les presentara el Cristo de la Misericordia, a este hombre no le fue dado ese «privilegio», por haber cometido un pecado mortal: el del suicidio.

El cadáver del «difunto ahorcado» estuvo ahí hasta el atardecer, siendo apedreado por los niños que se divertían utilizándolo de blanco.

Cuenta también la leyenda que esa misma tarde soplaron vientos muy fuertes, y la gente comenzó a rumorar que se trataba de El Diablo. Asustados, los habitantes pidieron que, al descolgarlo, fuera llevado lejos del centro de la capital y así se hizo: como el cadáver no tenía derecho a ser enterrado en tierra santa, por ser asesino y suicida, fue arrojado a las pestilentes aguas del lago San Lázaro, donde hoy se encuentra la Cámara de diputados. Así fue como se cumplió la «tercera muerte» del extranjero cuya historia pasó a la tradición oral en muchas versiones, mezclándose los hechos con una buena dosis de fantasía.

¿Tú conocías la historia del «difunto ahorcado»?

Si te gustan las leyendas, no te pierdas la del judio cabalista de Iztacalco.