CUANDO COMENZÓ SU PRÁCTICA DE DENTISTA, Sergio no era religioso, sino una de esas personas que “vuelven” a la fe, ya como adultos, por convicción. Conoció a su primera mujer en una taquería común, y después de 19 años de una de vida matrimonial “plena y buena”, ya cumpliendo la religión judía, por azares del destino se divorciaron. A los pocos meses, una de sus pacientes le comentó de una mujer. Jana (no es su verdadero nombre). Luego llegó otra paciente a hablarle de una muchacha disponible. Jana. Llegó a otro lugar y le sugirieron invitar a salir a Jana. Un día que estaba hablando con un rabino en el kollel –un instituto para el estudio avanzado de la literatura rabínica– llegó una señora y Sergio dijo: ésa es Jana. ¿Cómo sabes?, dudó el rabino. Supo.

«Sonaba archibashert, archi, o sea, con A mayúscula» –dice Sergio. “Si te casas con Jana, vas a ser el hombre más feliz sobre la Tierra”, le dijo otro rabino. Y, como cada quien tenía tres hijos, otro más les dijo: “No hay hijos en un año, Jana, no te puedes embarazar. Punto”. Cuando terminó el año, Sergio sentía que eso no estaba funcionando nada, nada bien, pero ella ya no podía cuidarse. Fue con el rabino de nuevo y le dijo que no estaba listo para tener un hijo. El rabino lo pensó dos días. “Por seis meses más no creo que pase nada”, sentenció. A los seis meses se divorciaron. Pero Sergio, que conoció a su tercera mujer en JDate, sigue sin oponerse a la costumbre o la celeridad del shidduj religioso: alguien te propone una muchacha, averiguas un poco, salen a tomar un refresco, un café, tal vez se vuelvan a ver una segunda, tercera vez. A partir de ahí, o siguen con miras a casarse o cortan y no se vuelven a ver. Dos o tres veces bastan para darse cuenta si se gustan para seguir adelante.Luego se arreglan los papás, y en seis meses está todo hecho. «Y mira, la verdad que funciona maravilloso, ¡un divorcio por cada ocho! Saliste cuatro veces, te conociste, te casaste, ¡y la haces!»

«YO NO RECUERDO HABER HABLADO CON UNA MUJER desde la edad de 16 años hasta que me casé», dice el rabino Shay Froindlich, quien llegó de Israel a México hace un par de años y hoy es uno de los más queridos de la comunidad. «¿En qué situación? No había un lugar donde estuviera permitido y, de todos modos, yo no me habría animado a ir a hablar con una mujer». Mientras estaba estudiando en Efrat, entre Belén y Jerusalén, primero una prima y después su mamá insistieron en que saliera con una chica. La conocía de lejos y, cuando sintió que era el momento de formar una casa, la buscó. Entre los religiosos no está permitido que hombre y mujer se vean solos, ni que se toquen. Tampoco que hablen de cosas íntimas. O se vean a los ojos. Quedaron de encontrarse en el Gran Templo de Jerusalén. Caminaron, visitaron el Muro de los Lamentos, pasearon y hablaron hasta las dos de la madrugada. Y cada quien se fue rumbo a su casa. Se vieron así –sin manos, ni ojos ni mucho menos, bocas– durante dos meses. El entonces estudiante confirmó que las cualidades que buscaba y que había visto en un inicio –bondad, amabilidad, chispa– estaban ahí.

Entonces le avisaron a los padres que querían comprometerse. «Con el conocimiento nace el sentimiento, lo quieres concretar. Como no hay contacto físico, ¡llevan su pegamento! Quieren estar el uno con el otro, en todos los aspectos». Sólo que ese deseo, desprovisto de la intención de santificar el matrimonio, se considera como deseo de fornicación, y según las fuentes rabínicas, Dios la repudia. La fecha del matrimonio, luego entonces, en el ámbito religioso, debe estar conectada al ciclo hormonal de la mujer. Que una se casa justo en sus días fértiles fue una de las primeras lecciones que el joven Shay aprendió de su mujer. Que debió acompañarla de regreso a su casa en lugar de dejarla sola a mitad de la noche en aquella primera cita fue otra. El “Rab Shay” cree más en el trabajo y el libre albedrío que en el destino. Para él, un shidduj consiste en poner a dos personas en una situación en la que ellos puedan ver si nace su voluntad, su deseo, su querer. No es presionar, sino acompañar. –Te veo muy joven. ¿Vas a casar o ya estás casada? FIN