Después de casi tres décadas, cerró sus puertas -hace unos días-la sucursal Satélite de McDonald’s, y aunque anuncian que se trata de una remodelación, lo cierto es que técnicamente es el fin de un lugar que llegó a ser una especie de templo para la clase media ochentera de esa zona de la Ciudad.

Todo indica que se construirá un centro comercial en el terreno que albergó a este sitio y seguramente tendrá su propio McDonald’s (más pequeño) pero el local original -como aquellas mañanas, tardes y noches que muchos pasamos ahí- nunca volverá y nunca será lo mismo.

Formarse durante muchas horas para comprar una hamburguesa de fast food hoy suena absurdo, pero a mediados de los 80 era toda una experiencia para algunas personas que daban todo por probar una BigMac o comprar una Cajita Feliz.

Vamos más atrás. Ciudad Satélite fue ideada a mediados de los 50 como todo un desarrollo urbano que, imitando el concepto de los suburbios de Estados Unidos (como en el que vivía Kevin Arnold, el de Los Años Maravillosos, el novio de Winnie Cooper), representaría una opción de vivienda para las personas que trabajaban en el DF pero que ya no cabían en tremenda metrópoli, que crecía cada vez más rápido. Inclusive, se decía que había una ley que impedía construir dentro de la zona que delimitaba el entonces nuevo Periférico.

El concepto fue tan exitoso que pronto empezaron a llegar desarrolladores y políticos (corruptos, claro) que, al ver un gran negocio, transformaron el proyecto en una zona residencial que inmediatamente cautivó a la clase media en ascenso (o “nuevos ricos”, como les decían) que también empezaba a surgir en la Ciudad de México.

Así, se empezó a formar una especie de microcosmos cuyos habitantes gustaban diferenciarse de los demás, tratando de imitar ciertas costumbres estadounidenses, como adornar festivamente sus casas en Halloween o en Navidad (tradición que hasta hoy puede constatarse en esas calles y que llena de orgullo a los verdaderos “satelucos” de corazón).

El centro comercial de Plaza Satélite, inaugurado en 1971, fue uno de los puntos máximos para que esta zona luciera completamente como un suburbio estadounidense, aunque con tiendas nacionales, como Liverpool o París-Londres.

Los restaurantes de comida rápida también eran parte de ese lifestyle gringo que querían tener en Satélite, por lo que la llegada de negocios como Tomboy o Burger Boy fueron también acontecimientos importantes.

McDonald’s llega a México

Mientras tanto, ya en la década de los 80, cinco semanas después del terremoto de 1985, abrió en el Pedregal (sobre Periférico, frente a Canal 13… bueno, lo que era Imevisión… bueno, donde hoy está TV Azteca), al sur del DF, la primera sucursal de McDonald’s en México, en medio de un panorama en el que las importaciones estaban prácticamente prohibidas y cuando se vivía una severa crisis económica y social… que había empezado unos años antes y que duraría varios años más.

Un par de años después, también sobre el Periférico, pero a la altura de Palmas, abrió otro de estos restaurantes, y ambos tenían gran éxito, al grado de entorpecer el tránsito de la zona en la que se encontraban… aunque hoy sería de risa si se comparan con un viernes de quincena en la noche con lluvia y bloqueo en Los Pinos.

Esta llegada del “progreso” a la Ciudad de México no podía ser ajena a Satélite, que ya había perdido a inicios de esa década el liderazgo de contar con el centro comercial más grande del País, pues ese récord ya se lo había ganado Perisur.

McSatélite: el McDonald’s más grande del mundo

Así, un empresario mexicano, Enrique De Alba, decidió seguir el camino de su compatriota Saúl Kahan (el dueño de las dos franquicias que ya estaban abiertas en el DF) y abrió en Satélite, en un terreno pegado al centro comercial, también en Periférico, el que entonces sería el McDonald’s más grande del mundo.

Era 1988, y por fin llegaba a Satélite uno de los mayores símbolos estadounidenses… pero a lo bestia, al tamaño que merecía una espera de dos décadas: tres amplias zonas de comedor, dos áreas de cocina, dos pisos, una enorme área de juegos, un estacionamiento gigante y varios salones de fiestas, además de una altísima “M” que podía verse desde varios kilómetros a la redonda.

Las largas filas de autos que se formaban los domingos en la sucursal del Pedregal eran un juego de niños cuando se veía a las miles de personas que se arremolinaban en las puertas (que debían cerrarse por intervalos durante el día debido a la demanda) de este restaurante para comprar una Cajita Feliz con los personajes de los Muppets Baby o de Snoopy y sus amigos.

Lo mismo sucedía en fechas especiales, como el Día de Niño, cuando inclusive tenía que extender su horario de servicio, lo que se traducía en jornadas de hasta 20 horas de trabajo para algunos de los entusiastas jóvenes que se encargaban de operar el restaurante.

Las fiestas con pastel de chocolate (que todos decían que sabía a Pingüino), piñata de Ronald y dulces selectos (que surtía un depósito de dulces de Naucalpan) eran el sueño de varios de los niños satelucos de la época y completar la colección de Mario Bros era el objetivo de algunas mamás para que sus hijos estuvieran contentos en las vacaciones.

Trabajar en McDonald’s también era una especie de símbolo de estatus para un sector de la población de clase media (como los que vivían en Satélite), ya que en los 80 no había muchas (o ninguna) opciones para que los jóvenes obtuvieran un empleo; además, cobraban mediante otro modelo importado y muy novedoso en México: pago por hora.

Otra novedad a nivel mundial de este restaurante era que tenía dos “Automacs”, los cuales, durante varios años, apenas se daban abasto para cubrir la demanda de coches que llegaban a pedir malteadas, papas y todo lo que hubiera en el entonces limitado menú.

Durante varios años, esos fueron los únicos tres McDonald’s en la región, a tal grado que había un anuncio espectacular colocado junto a las Torres de Satélite que decía “próxima salida o hasta Monterrey”.

Llegó la competencia

Justo en esa época llegó el nuevo Gobierno que prometía llevar a México al Primer Mundo, el que le quitó tres ceros al peso y que tenía una paridad con el dólar de 3.50 (el de Salinas de Gortari… el que valió con el “error de diciembre).

Esto impulsó la llegada de otras franquicias de comida rápida y la apertura de más McDonald’s por la ciudad y por el país, por lo que el restaurante de Ronald debió implantar nuevos conceptos, como el de los McTríos y otras ofertas para capturar a un público que, de repente, había dejado de ser masivo, pues ya tenía nuevas opciones. Inclusive, en 1994 hubo hasta una hamburguesa “mexicana” (tenía guacamole), cuya imagen era el entonces flamante y colorido portero de la Selección Mexicana: Jorge Campos.

Para mediados de los 90, dejó de ser un lujo clasemediero ir a McDonald’s, y aunque la sucursal de Satélite siguió manejando altos volúmenes de clientes, durante los últimos años tuvo que recortar las áreas de su restaurante que convirtió en oficinas, se deshizo de parte de su estacionamiento para que abrieran otros negocios, quitó uno de sus icónicos “Automacs” y, hace un par de semanas, cerró sus puertas.

Aunque se trata de una remodelación, lo cierto es que ese gran edificio que albergaba el McDonald’s más grande del mundo y era todo un orgullo sateluco, dejará de existir, lo cual ya provocó grandes aires de nostalgia entre quienes fueron felices en ese lugar cuando eran niños y entre quienes pasaron varias horas de su juventud en ese lugar preparando hamburguesas y soportando quemadas en los dedos y salir impregnados de olor a pepinillo.

Lo que pasó con este restaurante es también un espejo de lo que, quizá, ha pasado con Ciudad Satélite y el país entero en estos años.

¿Tienes recuerdos de McSatélite?

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