Aunque nunca falta el chilango que regresa de un viaje diciendo que el Metro de la Ciudad de México es más bonito que el de Nueva York o el de Madrid (básicamente porque nunca se tienen que subir en hora pico en Pantitlán o transbordar en Hidalgo), lo cierto es que, en general, el transporte público del DF apesta.

Atrasado en tecnología, con pobre infraestructura y afectado por la burocracia, los sindicatos y la ya tan normal corrupción, el transporte público nunca ha sido una opción para que los capitalinos lleguen cómodos y felices a cualquier destino.

Si piensas que el transporte público de la Ciudad de México no apesta, sólo se puede deber a dos cosas: no lo usas o ya te acostumbraste. Por eso, aquí presentamos siete (sólo siete) razones por las que los camiones, el Metrobús, los microbuses, el Metro y los taxis no están al nivel que se merece una metrópoli como la nuestra.

1. Los bocineros

En el Metro de la Ciudad de México cualquier persona (bueno, no cualquiera, porque antes debe ser aceptada por el jefe de una mafia y las respectivas autoridades con las que se mochan) puede subirse al Metro a vender discos pirata, los cuales reproduce a todo volumen y con los agudos bien altos mediante de un DiscMan conectado a una megabocina que cuelga de su espalda. A estos personajes se les bautizó cariñosamente como “bocineros”.

Que un sujeto te reviente los tímpanos con música de banda o el “Pollito Pío” a todo lo que da no debería pasar en un medio de transporte de la altura del Metro, pero en el DF hay a muchas personas a las que ya les parece algo muy natural, o peor aún, les gusta comprar estos discos pensando que no hacen ningún mal.

Estos personajes son la evolución de aquellos vendedores de paletones, chocolates, chicles y Salvavidas que inmortalizara Café Tacvba y que hoy se adueñan también de los andenes y escaleras de las estaciones sin que haya autoridad alguna que se atreva a quitarlos aunque entorpezcan el paso de los usuarios y hasta pongan en peligro su vida.

2. Separar a hombres y mujeres

Otra cosa que no debería pasar en un medio de transporte público como el Metro es la necesidad de separar los vagones por sexo, ¿en qué sociedad del Siglo 21 no se pueden mezclar los hombres con las mujeres mientras van a su trabajo, casa o escuela?

Una de las razones para reservar vagones exclusivos para damas, costumbre que viene de los primeros años de este servicio, es evitar la incomodidad de las mujeres cuando el tren va lleno, ¿pero entonces es normal que el Metro se atasque de tal forma en la que no quepa un alfiler? Y si nos ponemos más quisquillosos, ¿entonces los arrimones entre los hombres que atascan los vagones para caballeros y que son provocados por el sobrecupo, sí son socialmente aceptados? Ahí queda para la reflexión.

3. Los asaltos

Uno de los problemas de vivir en una ciudad tan grande es que “las distancias se alargan”, por lo que muchas personas tienen que salir de su casa por la madrugada o regresar a ella muy tarde por la noche, por lo que resulta muy mala onda que hasta en el transporte público esté en riesgo su integridad o su vida.

Ya es una noticia normal escuchar que algún sujeto se suba a un microbús de rutas como las que llegan a Indios Verdes procedentes del Estado de México y que asalte a los pasajeros que atascan esos transportes por ahí de las 5:00 de la mañana.

Este tipo de hechos seguirían ocupando las páginas interiores de los periódicos de nota roja si no fuera porque ya hay una variación: los pasajeros que, como todos unos vengadores anónimos, toman justicia por su propia mano y se echan al plato a las ratas que pretenden despojarlos de su quincena. Esos sí van a la portada de los tabloides.

4. Subir por la puerta de atrás

El “protocolo de uso” (por llamarlo de alguna forma) del transporte público en todo el mundo indica que la puerta de adelante de un autobús es para que suba el pasaje y la de atrás es para que descienda, pero en la Ciudad de México ambas puertas pueden usarse indistintamente.

Lo peor es cuando el chofer invita a subir a los pasajeros por la puerta de atrás y, además, les exige el pasaje, el cual debe ir de mano en mano hasta él, quien a su vez, si lo desea, puede mandar el cambio de regreso por la misma vía.

Frases como “recórrase en el pasillo en doble fila” o “por atrás es la bajada” suelen ser el conjuro que logra que los microbuses aumenten su capacidad, pero subir por atrás es una manera, digamos, más terrenal de hacerlo.

5. Provocan tráfico

El lugar común indica que el transporte público debe ayudar a que el tránsito en una ciudad se agilice, ya que provoca que se queden más autos en casa, pero en el DF los autos salen todos los días a la calle y los autobuses y microbuses suelen entorpecer el paso de los autos en diversas zonas.

Así, algunos choferes disfrutan de algunos minutos de poder (el cual nunca en su vida podrían llegar a tener de otra forma) cuando cruzan sus unidades para bloquear uno o dos carriles mientras esperan a que llegue un pasajero sin que alguna autoridad se los impida (y, si se acerca alguna, de todas formas no la pelan).

Cuando hacen eso, también salen perjudicados los pasajeros, quienes están a merced del tiempo que le sobra al chofer, quien no tiene que llegar puntual a una oficina o a casa a ver a sus hijos… y no se diga a una escuela a presentar un examen.

Y pobre de aquel pasajero que se atreva a decirle que se apure, porque seguro le responderá con una frase que, parece, les enseñan desde que son niños de pecho: “si no te gusta, pos vete en taxi” (léase en tonito de “María la del Barrio” o de “Nosotros los Pobres”).

6. No sabes a qué hora llegan y menos cuánto tiempo vas a hacer

El transporte público más moderno con el que cuenta el DF (o lo fue hace 10 años) es el Metrobús, pero aunque en algunas línea ya cuenta con unsistema que informaa los pasajeros cuántos minutos faltan para que llegue a la estación o el tiempo estimado que durará su recorrido, no siempre es fiable.

Hoy, en plena época de Waze, el Metrobús no tiene palabra de honor y es un verdadero albur saber a qué hora llegarás a tu destino o si te podrás subir a la unidad que viene o si vale la pena que esperes una más vacía.

Esta tecnología, que puede verse en muchas capitales del mundo, también podría ser usada en autobuses o en el Metro, pero a nadie le importa aprovecharla… o, quizá, todavía no se les ocurre.

7. Los taxis le preguntan a los pasajeros cómo llegar

Antes, cuando te perdías en algún lugar, podías preguntarle con toda confianza a un taxista para que te diera indicaciones; pero hoy, si te subes a un taxi, el conductor no sabe (o dice no saber) cómo llegar a donde le pides.

En la época de los GPS en los celulares, los taxistas parecen haber perdido la brújula y suelen recibirte con la frase “ahí me dice por dónde me voy”. Y no conformes con fingir que desconocen la ciudad o las rutas más cortas para llegar a algún punto, si no andan de humor, los pueden decirte con toda tranquilidad “yo para allá no voy”.

Los taxis en la Ciudad de México son tan únicos que hasta hay zonas de la urbe, como en el rumbo de Sante Fe, donde pueden subir a cuatro o cinco personas y cobrarles una tarifa fija o, en el colmo del cinismo, cobrar lo que marque el taxímetro cuando se baje uno de los apretados godínez preocupados porque llegarán tarde a su trabajo.

Después de leer esto, ¿ya te convenciste de que el transporte público de la Ciudad de México en verdad apesta?

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