A veces, para sobrevivir en esta jungla urbana, es preciso desarrollar habilidades muy canijas, que van desde saberse meter en la cola de las tortillas sin que nadie se dé cuenta, hasta defender tu lugar de estacionamiento y cualquiera de tus territorios de los extraños.

Sin embargo, una cosa es ser puercos, y otra muy distinta, pasarse de trompudos. Y es que en honor a la verdad hay gente a la que de plano le vale queso el prójimo, pues, con tal de cumplir su reverenda gana, lleva a cabo actos de total y absoluta manchadez.

Para probar lo dicho, hemos realizado este recuento de gandalleces que cometen (cometemos, ¡cof, cof!) los chilangos en un contexto muy preciso: el transporte público, donde la etiqueta y la amabilidad nomás no existen. Comenzamos:

1. Echarse un gas justo cuando el Metrobús está llenísimo y no hay ni pa’ donde se hagan los demás; pa’ acabarla de amolar, un día de lluvia en que las ventanillas están cerradas.

2. Subirse a un bicitaxi más de dos personas gordas y, encima, con bultos muy voluminosos, sobre todo, si el conductor del vehículo es un enclenque desnutrido.

3. Una clásica: hacerse el dormido en el Metro para no darle el asiento a la viejita de mil años o a la seño tullida con bebé en brazos.

4. Cuando el chofer del micro sube y sube a cuanta gente le hace la parada, aun cuando ya no cabe ni un alfiler, y sólo grita a los amables pasajeros: “recórranse hacia atrás”.

5. Si un ruletero no pone el taxímetro (sobre todo en horario nocturno), para al final del viaje cobrar hasta seis veces más de lo que debe.

6. En el Metro, cuando la gentuza aparta los lugares con las bolsas, las mochilas o hasta con la mano. Incluso hay quien manda a sus hijos por delante ¡Chale!

7. Otra muestra de gandallismo: el audaz godín que saca su celular en el transbordo, para fotografiar “discretamente” el trasero de las colegialas.

8. Una auténtica picada de ojos: el taxista mala leche que finge perderse y nomás te trae vuelta y vuelta por las mismas calles para cobrarte más de la cuenta.

9. Por supuesto, no puede faltar el célebre Larri. Ya sea en trole, Metro o Metrobús, nunca falta el que repega su herramienta, como no queriendo la cosa, sobre el cuerpo de alguna indefensa pasajera.

10. El típico borracho que se sube al taxi sin traer dinero y al final del viaje la hace de pleito ratero para no pagar.

11. No importa de qué sistema de transporte se trate, siempre resulta una manchadez el recargarse en los tubos que, se supone, son para cogerse y no salir volando en cada enfrenón.

12. No hay culebras más pasadas de lanza que aquellos briagadales que se suben bien persas al camión y les da por guacarear en pleno pasillo.

13. En las zonas donde aún hay micros (transporte en vías de extinción), los choferes suelen aplicar aquélla de “cuando baje le doy su cambio” (¡ajá!). A la mera hora, se le olvida al pasajero y… ¡chin, era uno de a cien!

14. Los empujones por detrás cuando el vagón del Metro llega vacío a la estación son una cosa infame y además espeluznante. Por si fuera poco, no falta el hojaldra que te dice: “si no te gusta, viaja en taxi”.

Así llegamos al final de esta lista de gandalleces en el transporte público. Y tú, ¿has aplicado alguna?, ¿te han contado?, ¿cuál has sufrido en carne propia? Ábrenos tu pecho y cuéntanos tus experiencias.

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