Por Ira Franco

Inherent Vice no es una película, es un gusto adquirido. Es como cuando probaste tu primer trago de alcohol y lo escupiste. Hay que regresar a ella para admirar los pequeños detalles y de preferencia ir también al libro de Thomas Pynchon en que está basada para darle coherencia a esta obra.

Con todo eso advertidos, si decidimos subirnos al barco abrumador y vertiginoso que nos propone el director Paul Thomas Anderson, seguiremos en su odisea californiana al bobo y dopado Larry “Doc” Sportello (Joaquin Phoenix) en una búsqueda tan psicodélica como inútil de su ex novia recién reaparecida con una historia sobre su nuevo novio millonario, su esposa y el novio de ésta.

Ubicada en Los Ángeles de los años 70, en pleno post-mortem del sueño americano, Doc nos mostrará un mundo inusitado que no somos tan valientes para descubrir solos: narcotraficantes, neo-nazis, detectives, surfistas y sexo sin protección. Como los Hermanos Coen con su Big Lebowski (1998) y su propia Boogie Nights (1997), P. T. Anderson nos da un paseo por la nostalgia de un mundo que ya no existe,al que echamos a perder con nuestra estúpida rectitud.

El estupendo soundtrack a cargo de Jonny Greenwood, (guitarrista de Radiohead) vale, solito, el boleto del cine. Otro detalle son los vestuarios que son casi un personaje decadente y efímero.

Lo que pasa con películas de este tipo es que muchos se sentirán frustrados de no entender y con razón: quizás en primera instancia no es posible verla, sino inhalarla, pero eso es justamente lo que esperamos de Paul Thomas Anderson, sin duda uno de los mejores directores norteamericanos vivos.