Por Josue Corro

Durante años, Patricia Clarkson ha vivido bajo el anónimato

de los personajes secundarios, escudada bajo una caballera rubia y sus ojos

taciturnos que esperan potencialmente en un segundo plano, mientras la

protagonista roba la atención y los créditos principales de una película.

Sin embargo, su presencia física era imponente en cada

escena: su voz es ronca y dobla con soltura los diálogos, mientras que su

mirada penetraba la pantalla. Sus trabajo en la Isla siniestra, Vicky Cristina Barcelona, Dogville y Lejos del cielo, dejaron un buen sabor de boca y su rostros en nuestra memoria. Aún así nunca dejó de ser «esta

actriz que salió en…»

Eso fue hasta ahora, porque en Pasión por Cairo demuestra

que puede cargar con el peso una película en sus hombros. De hecho, logra

opacar con su silencio, la bella fotografía que retrata a las pirámides, las

dunas y el ocre que emana de las calles egipcias. Sus gestos retratan una

historia íntima, cautivadora y que pone en tela de juicio las relaciones

sentimentales que fallecen frente a las satisfacciones personales.

Clarkson interpreta a Juliette una mujer madura que vuela

hasta Egipto para reunirse con su marido. Sin embargo en el aeropuerto la

recibe Tureq, un amigo y ex compañero laboral de su esposo. Juliette decide

recorrer la ciudad, pero se enfrenta con el clásico choque de culturas, por lo

cual acepta la ayuda de Tureq. El director Ruba Nadda los conduce por restaurantes y

sitios emblemáticos de Cairo bajo un ritmo muy pausado -y nosotros nos sentimos

como turistas que contemplan la arquitectura africana, y somos acariciados por

el viento desérticos-. No hay prisa en las tomas ni tampoco en los diálogos, y

aún así la cinta fluye con naturalidad, porque como en cualquier encuentro

fortuito que tenemos con alguien en nuestra vida, el tiempo parece detenerse y

sólo regresa a la normalidad cuando la otra persona nos dirige la mirada o dice

nuestro nombre.

Esto pasa entre Juliette y Tureq: su soledad compartida y

sus carencias y deseos, los acercan de una forma peligrosa, casi inocente. La

historia fluye sin juicios sobre la infidelidad o la negligencia matrimonial

ocasionada por el exceso del trabajo, al contrario la relación entre estas dos

personas que convergen bajo un tiempo determinado del tiempo y el espacio, nos

hace pensar (o mejor dicho… creer) que el destino aún puede lanzarnos sorpresas

en el camino para cambiar de rumbo, o evadirlas y echarlo todo a la suerte.

Como la carrera de Clarkson: su paciencia, por fin le ha dado resultado.