Estamos ante un Neruda descarnado, crudo, realista, lejos de las elevadas expectativas que el imaginario colectivo tiene de los poetas: El Neruda de Pablo Larraín es el poeta de la gente, cliente asiduo de prostitutas, el tipo inmiscuido en revueltas de trabajadores, un hombre con todo tipo de bajas pasiones que sabe cómo endulzar los oídos de bobos soñadores con sólo impostar la voz y hablar como dicen que hablan los poetas.
La cinta no es sencilla, transcurre lenta y apacible, pero uno de los méritos de Larraín fue crear una película que coloca al artista chileno en un momento específico de la historia mundial: relata la etapa en la que el poeta fue perseguido por ser comunista. Gael García en el papel del perseguidor de Neruda, el agente Óscar Peluchonneau, y Luis Gnecco dando vida al Nobel chileno.
El filme inicia en 1948, cuando su lucha política culminó en su elección como senador de la república, aunque poco después haya sido obligado al exilio por condenar de manera violenta y pública al presidente chileno Gabriel González Videla, con la composición y lectura pública de una de sus grandes obras: Yo acuso. La cinta se da licencias para escenas de peligro, otras de sutil humor, hay amor, hay vehemencia, hay poesía, pero, sobre todo, controversia: Larraín recrea a un Neruda cansado y aburguesado, dando esa sensación hiperrealista y quizá desdibujada de lo que el pueblo chileno tiene de su artista.

Sin embargo, Neruda, por sus actuaciones y por esa fotografía que saca muy buen partido de la luz natural, fue considerada como una de las cartas fuertes para representar al cine latinoamericano en los óscares.

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