Por Verónica Sánchez Marín

Memoria de mis putas tristes(México/Dinamarca/España, 2011), de Henning Carlsen, escrita por Jean Claude Carriere, y protagonizada por Emilio Echevarría, Geraldine Chaplin, Ángela Molina y Olivia Molina, es la adaptación a la gran pantalla de la última obra que escribió el colombiano Gabriel García Márquez, uno de los narradores hispanoamericanos más importantes del siglo XX.

Amor y senectud se dan la mano en esta cinta demasiado difusa y farragosa como su predecesora,El amor en los tiempos del cólera(Estados Unidos/Colombia, 2007), inspirada en la pieza maestra de García Márquez del mismo nombre. Y eso que la obra literaria es, quizá, la única novela de Márquez que se encuentra a la altura de su mayor hit:Cien años de soledad.

La novela referida para esta nueva película,Memoria de mis putas tristes, probablemente es una de las menos logradas de García Márquez. Es la historia de un anciano que para su cumpleaños 90 se regala una noche de sexo con Delgadina, una adolescente virgen. Un plagio poco inteligente y nada vivaz deLa casa de las bellas durmientesde Yasunari Kawabata que —es cierto— resuelve de manera mucho más sutil la paradoja del deseo maduro por la inocencia puberta. Sí, hay que decirlo: hasta un genio de la narrativa comete tonterías soberbias. Lo malo, es que esto se repita en la misma magnitud en la pantalla grande, donde el costo de la felonía es mayor.

La películacoquetea con la adaptación casi literal de la obra, por lo que no se despoja de ciertos convencionalismos habituales en este tipo de traspasos cinematográficos, como conservar la gran parte de la excesiva carga de diálogos y conversaciones del libro, lo que termina pasándole factura como obra cinematográfica.

La historia no supera el lugar común y lo cursi del trasfondose torna más evidenteen la película que en la novela. Un anciano periodista, al que apodan “El Sabio” (Emilio Echevarría), quiere celebrar sus 90 años acostándose con una joven virgen. Este “Sabio”, de apasionada vida y atormentada existencia (siempre rodeado de prostitutas y malas compañías), que además ha sodomizado y vapuleado durante 20 años a su sirvienta, acude a la cita de una vieja madame (Geraldine Chaplin), que le encuentra la chica indicada. Una vez en el burdel, y dispuesto a consumar el acto, el anciano se ve incapaz de tocarla o despertarla, despojándose de un plumazo de cualquier atisbo de lujuria y deseo, y adentrándose, sin quererlo, en el almibarado sendero del amor.

La película continúa narrando los encuentros y desencuentros de esta atípica pareja, mientras que descubrimos retazos y detalles de la alborotada y desgraciada vida de un anciano que a lo largo de su existencia, fue incapaz de enamorarse —el detalle más atractivo de la anécdota inicial.

El ritmo de la cinta es bastante lento y nunca consigue que llegue un punto en el que uno se emocione ni se sienta verdaderamente enganchado con lo que ocurre en pantalla.Ni siquiera los saltos en el tiempo que reconstruyen el pasado de la vida del protagonista capturan lo suficiente nuestra atención.

El mayor acierto de la producción es la parte artística en cuanto a escenografías, maquillaje, vestuario y por su puesto la excelente fotografía de Alejandro Martínez, luminosa en todo momento, pero la historia principal –o qué será de nuestra narrativa en celuloide– se resiente pues no consigue trasladar la historia de amor que se pretende subyace a esta transformación del voyeur en un ser que admira la pureza. (Ajá, seguro. Como casi no hay viejitos raboverdes, es creíble, ¿no?)

Emilio Echevarría lleva el peso de la narración de manera formidable cuajando una grandísima actuación a la hora de dar a luz a un aletargado anciano cuya vida da un severo vuelco hacia el ocaso. Esto añade algo de dinamismo a una película que se mantiene confusa, y que llegado a cierto punto, hastía por su melodrama casi telenovelesco.

Un film debe funcionar por sí mismo, independientemente de la obra principal, y en caso de que el material original no sea lo suficientemente cinematográfico hay que cambiarlo en su totalidad. Algo tan básico, no pasa en la película.

Como punto y final cabe destacar el esfuerzo puesto en su producción y gestación de lo que será, y según el propio Gabriel García Márquez, la última novela suya que pise pantalla alguna. (Por supuesto, mientras él siga con vida.) Lástima que la despedida haya sido tan poco afortunada para este premio Nobel de Literatura. Por lo visto, ésta no será una de las más memorables adaptaciones de las obras de Márquez al cine. Más bien todo parece indicar que sus deslices —él eligió al director y guionista— harán que la cinta termine por caer en el olvido en un par de años, incluso para los fans de su megalómana escritura.