Por Ira Franco

Esta película se hará famosa por sus largas escenas de sexo explícito –muy explícito– entre las dos jóvenes protagonistas; pero extrañamente, sus innumerables aciertos pertenecen al reino de todo aquello que no se ve.Adèle (Adèle Exarchopoulos) es una chica a punto de salir de la preparatoria con muy poco interés por los compañeros que la pretenden, hasta que un día, otra chica de pelo azul, Emma (una Léa Seydoux a quien es difícil quitarle la vista de encima) le cambia la vida.

Juntas emprenden un camino hacia una adultez irreparable, que viene acompañada de lo usual: la imposibilidad del amor, o mejor dicho, la simple imposibilidad.Basada en la novela gráfica de la francesa Julie Maroh, éste es un caso extraño donde la película supera, por mucho, el material original. El director tunecino Abdellatif Kechiche −quien con sólo cinco largometrajes es ya uno de los preferidos de Cannes− tiene la capacidad de observación de un científico y nos la comparte. ¿Por qué sin fin de sensaciones divagamos en nuestro camino hacia la ruina o hacia el enamoramiento?

Quizás a veces estemos aburridos o ausentes, como Emma, y en paralelo sigamos viviendo ese amor en bruto, apabullante que tenemos en casa. Una cámara insistente se ocupa con todo detalle de Emma y Adèle mientras hacen el amor como invitándonos a observarlas desde nuestro propio deseo, a través de la experiencia de sus cuerpos. Kechiche revela su magia cuando le permite al espectador ponerle nombre a eso que sienten y viven las protagonistas: no hay explicación ni palabras posibles para aquella luz solar que mete en las bocas de las chicas cuando se besan, ni para el movimiento acompasado del pelo azul de Emma que revela al mismo tiempo su edad y la intensidad con la que es capaz de amar en ese momento.

La película dura tres horas −y no dudo que algunos la consideren demasiado larga y hasta aburrida− pero acaso se agradece un relato que no da cuenta de un rompimiento de un sólo plumazo como suele hacerlo la narrativa gringa. Un corazón puede tardar en romperse varios años, aunque no siempre seamos capaces de percibirlo. Kechiche distiende la acción tanto como puede, evocando apenas un estímulo que causará el derrumbe muchas escenas después. Esta película se disfruta mucho más en retrospectiva, aunque sí hay una escena donde todos los deseos, miedos y dolores culminan: el reencuentro de ambas chicas en un café, donde lo que callan casi puede llenar el espacio físico entre ellas. No apta para gazmoños ni para necesitados de cierre emocional.