La tortuga roja (La tortue rouge) tiene una de las premisas más terrenales de todo el catálogo del Studio Ghibli: un hombre queda varado en una isla donde no hay otro ser humano, solo diversos animales como un grupo de cangrejos que parecen seguirlo a todas partes. Si bien una historia de supervivencia de estas características la hemos visto anteriormente, la cinta del holandés Michaël Dudok de Wit – una co-producción entre Francia, Bélgica y Japón – termina revelándose como algo único, tanto por su eventual elemento fantástico pero sobre todo porque se trata de un filme con animación tradicional (y muy poco CGI) que no requiere de diálogos para expresarse.

La trama inicial es bastante simple, una vez que el protagonista se muestra decidido a salir de la isla por medio de una balsa improvisada. Al mismo tiempo, La tortuga roja deja en claro el deleite visual al que nos someterá por 80 minutos; si bien las acciones son mínimas, propias de la situación central, la animación es realmente impresionante y variada, con cambios constantes en la paleta de colores (i.e. cuando es de noche la película está en blanco y negro) y bellas tomas abiertas que muestran lo diminuto que es el ser humano ante la naturaleza.

Aunque las palabras están ausentes, como ya apuntaba, la creciente frustración del hombre atrapado es clara, y es que su balsa es destrozada un par de veces en el mar de manera misteriosa, al tiempo que su estado mental hace que, por ejemplo, se imagine a un conjunto de música clásica en plena isla. Cuando finalmente se da cuenta que la tortuga a la que hace referencia el título es la causante de la destrucción de sus balsas, el filme toma su verdadero rumbo, haciendo uso de la fantasía para abordar lo mundano.

Las producciones del Studio Ghibli suelen hacer esto, empero La tortuga roja opta por un minimalismo en todos los sentidos. Su gran revelación, a pesar de lo que podamos llegar a pensar como audiencia, da paso a un dejo de humanidad y del ciclo de vida de muchos adultos: enamorarse, procrear, criar, dejar ir al hijo y permanecer con la pareja hasta la muerte. Es en este aspecto emocional donde La tortuga roja no es tan demoledora como otros trabajos de dicho estudio de animación japonés, aunque parece que la intención es, precisamente, evitar grandes momentos dramáticos – salvo una secuencia de desastre natural – y concentrarse en los pequeños pero importantes sucesos que el protagonista puede gozar a pesar de su realidad y gracias a un toque de magia que quizás representa todo lo que nos da la naturaleza.