Por Carlos Arias

El género de supervivencia es uno de los más atractivos del cine, por su mezcla acción pura, adrenalina y persecuciones. Personajes al borde de la muerte que luchan por sobrevivir, ya sea contra los elementos, contra desastres naturales, contra enemigos malvados… o contra Michael Douglas, el tiburón más salvaje del mundo de los negocios.

La película es La persecución (Beyond the reach, 2014), una historia en la que el actor hace una vez más el papel de un hombre despiadado que es puro instinto, capaz de cualquier cosa para conseguir sus fines. Esta vez el personaje es Madec, un millonario que viaja a bordo de una espectacular camioneta off road Mercedes-Benz, el clase G de seis ruedas, que lo mismo puede sortear los terrenos más difíciles que servirle una taza de café.

Esta vez nuestro capitalista de pesadilla, a bordo de esta nave única, se ensaña contra el adolescente pueblerino Ben (Jeremy Irvine), quien trabaja como guía en el desierto de Mojave, un territorio hostil donde no se sobrevive más de una hora sin agua ni protección contra el sol.

Madec soborna al sheriff local y viaja a esas soledades con Ben como guía, para cazar un borrego macho que necesita para poner en su pared. Con tan mala suerte y falta de tino que termina matando a un prospector minero que casualmente pasaba por ahí.

A partir de ese momento, Madec muestra su lado oscuro y se dedica a perseguir a Ben en una cacería humana por el medio del desierto, con el fin de ocultar su propio crimen y culparlo a él de la muerte.

Por supuesto, el argumento es delirante y absolutamente absurdo, lo mismo que el personaje de Michael Douglas, una mezcla del cínico capitalista tramposo que protagonizaba las dos partes de Wall Street de Oliver Stone, con el misterioso jugador de El juego (1997), entre otras.

Sin embargo lo que nos importa aquí no es la verosimilitud de la historia sino la capacidad de la película para involucrarnos en la cacería y la lucha de Ben para sobrevivir. En esos términos, la película consigue una buena aventura, en gran parte gracias a la dirección de Jean-Baptiste Léonetti, quien logra dar con el tono exagerado y demoniaco de Douglas y a la vez hacerlo circular por la historia sin darle demasiada seriedad, como un juego de aventuras.

El argumento se condimenta con la historia de amor de Ben con una chica local, Laina (Hanna Mangan Lawrence), quien lo deja a él en el pueblo para irse a estudiar a la universidad.

La película está lejos de ser un ejercicio brillante de suspenso, y se parece más a un juego de ingenio del gato y el ratón, donde se hace además una alegoría sobre el mundo moderno, con el chico ingenuo capaz de desafiar (y quizá vencer) al millonario más despiadado.