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El más reciente live-action de Disney (La Bella y la Bestia) supera por mucho a sus antecesoras, pues logra trasladar con éxito el clásico animado a una realidad palpable, empezando por el simple hecho de que ni las dos películas de Alicia en el país de las Maravillas ni la de Cenicienta contaron con una actriz tan fuerte para darle vida a sus princesas.

Es difícil reprochar la propuesta de Bill Condon en la dirección, pues aunque se apoyó en los planos de la cinta animada, a veces casi de manera idéntica, era imposible prescindir de la fuerza de ciertos momentos que reproduce con éxito, como en la secuencia del baile.

Emma Watson carga sobre sus hombros la película con su versión de una Bella inteligente y letrada que se vale de su ingenio para dedicarle más tiempo a su pasión por la literatura y, sumado a esto, trata de enseñarle a otras niñas a leer, pero su amor por los libros choca con su contexto, vive en un pueblo conservador y arraigado a roles tradicionales en donde las mujeres y la lectura no van de la mano. El perfil va muy de la mano con la postura feminista de la embajadora de la campaña #HeForShe.

Dan Stevens hace lo propio en su labor como la Bestia, aunque no está a la altura de su homóloga, y su voz, al menos en inglés, se nota demasiado arreglada en posproducción. El resto del elenco se conforma por nombres que están a la altura de la situación, como el de Ewan McGregor, Ian McKellen, Emma Thompson y Luke Evans.

Un pilar fundamental de la película es la música, a cargo de Alan Menken, que el estudio trató con pinzas al respetar la intención de las canciones. Watson tiene la suficiente voz para interpretar sus temas, lo cual no sucede con la Bestia por su tesitura, y en el mismo terreno sobresale el número de “Be our guest” (Nuestro huésped sea usted) porque visualmente es el más atrevido y va más allá de lo que se hizo en la cinta animada.

El diseño de arte es magnífico, la producción tuvo el tino de construir escenografías como la del pueblo y el bosque en lugar de abusar de la pantalla verde. También hay un trabajo impecable del departamento de vestuario y maquillaje. Y si bien el resultado final no despierta tantas emociones a flor de piel, cumple en general y no hay razón para que los nostálgicos y las nuevas generaciones no queden satisfechos por igual.

¿Palomera? Completamente y hay que disfrutarla en la pantalla grande porque todo está hecho a la medida para ser un éxito en taquilla, pero el resultado final no despierta las emociones a flor de piel y no alcanza a ser un trabajo verdaderamente entrañable, por más que se esfuerce en serlo.

En cuanto a la polémica en torno al personaje gay, sí, hay una insinuación sobre la orientación sexual de uno de ellos, pero huelga ahondar en el hecho más allá de verlo como un detalle con buena intención y que, obviamente, no afectará a nadie –en Rusia la quisieron prohibir por ser “propaganda homosexual” para los niños. También es rebuscado tratar de catalogar la película como incluyente porque no es el fin, así que lo mejor es no ceder al morbo en este aspecto.