Por Alejandra Jarillo@alejarillo

Dicen que las segundas partes no son buenas, sin embargo, la secuela de esta cinta supera en contenido y diversión a la primera. Esta vez se enfoca en la vida de Erik, el hijo de Mumble, un pingüinito quien al igual que su padre experimenta la frustración que se vive cuando se es “diferente”, pues la comunidad de pingüinos emperador a la que pertenece se distingue porque una de sus formas de integración es el baile, esto gracias a que su padre se impuso son su singular danza, el tap.

Erik es incapaz de controlar sus movimientos al bailar y al hacer el ridículo por intentarlo decide huir junto a otro renegado, Ramón un pingüino adulto sin suerte en el amor, y sus dos mejores amigos (también polluelos). Mumble va detrás de ellos.

En la huida, Erik, aprende lecciones de vida, y se motiva a buscar su sueño: resulta que el pequeño tiene una voz privilegiada que lo hace único e irrepetible –mensaje que la película conserva de su antecesora.

Entre la huida y regreso a casa suceden cosas interesantes: el encuentro con otra especie de pingüinos, los Adelie, el sentido del honor (con un enfrentamiento entre su padre y un elefante marino), el encuentro con los humanos, un discreto mensaje de que los polos se están descongelando y las especies se encuentran en peligro y una pequeñísima sugerencia de amor homosexual entre dos krill.

Muchas canciones (entre ellas “Under Pressure” de Queen), le dan a la historia el saborcito, eso sí, deben gustarte los musicales para que no te parezca cursi.