Por Jaime @_azrad

Recordándonos lo que hace 20 años fue rutina en Hollywood, Dax Shepard prescinde de las imágenes generadas con computadora en esta cinta que escribe, dirige y protagoniza.

Los choques entre coches y demás alborotos en las secuencias de acción son tan reales como el presupuesto (o el tiempo) que no le alcanzó al multifacético Shepard en Golpe y fuga.

Dax la hace de un piloto experto que tiene que resolver su pasado mientras se las arregla para no perder a su novia en el proceso. Su expediente criminal lo busca para saldar sus deudas en el momento más inesperado.

La cinta satisface a pesar de querer ser la más graciosa del año (sin lograrlo) gracias al guión de Dax; las puntadas juegan con los límites de lo políticamente correcto sin rayar en lo incómodo y, sorprendentemente, los momentos más interesantes suceden en los diálogos de los personajes y no en las escenas de acción.

Ahora, este último punto también funciona como argumento negativo: ¿cómo le haces para que la velocidad, la tensión y la incertidumbre a toda máquina entretengan menos que una plática? Tarantino lo domina en sus películas pero sospecho que Dax lo logró sin intención alguna.

A final de cuentas enfrentamos una película independiente con grandes logros y algunos tributos noventeros. De nuevo Tarantino se nos viene a la mente con Death proof (2007) cuando nuestro personaje favorito es nada más y nada menos que el carro cuyo motor ruge a la par de la música de esa década extrañada por todos.