Por Jaime Azrad (@_azrad)

El terror no es nada fácil; construir una trama que aterrorice a la audiencia y nada más, eso sí resulta más sencillo. Los maestros Hitchcock y Kubrick, e incluso Carpenter (entre otros), nos contaron historias redondas que tenían un fundamento para asustar, más allá del salto de la butaca, desde una perspectiva social, psicológica y hasta con ciencia ficción… pero esa época se terminó.

Hoy sólo hay que lograr el mayor terror posible, sin explicación ni fondo, hay que aventurarse a la parte en que la música eleva su volumen drásticamente y ocasiona una taquicardia sin sentido en el espectador, que no se libera del estrés si quiera por un minuto.

Fenómeno siniestro es la historia del equipo caza fantasmas de un reality show. Éste se encierra voluntariamente en el interior de un abandonado hospital psiquiátrico, e investiga los rumores de fenómenos paranormales que allí suceden. Pronto todos notan que el edificio juega con ellos y cuestionan su propia cordura, deslizándose más y más en las profundidades de la demencia, y grabando lo que resulta ser su último episodio.

Los logros de la cinta se reducen a algunos efectos –todos ya conocidos– y a la forma en que se maneja la edición, pues a pesar de que un gran porcentaje de la película es con cámara en mano, el estilo no cansa, ni marea. Más allá de eso, sólo la disfrutará quien goza de ser asustado, o quien quiera grabar las reacciones de un amigo (lo que podría resultar muy cómico, por cierto).

Los fantasmas, criaturas del infierno, o lo que sean, dejan de asustar a la mitad de la película, se convierten en tangibles y parecen más disfraces fantasmagóricos que verdaderos espíritus. En cuanto a los personajes, no conocemos a ninguno a fondo, no entendemos las razones por las que las cosas suceden y para el final de la cinta, quizás a nadie le importe.

La nueva fórmula del terror: olvidémonos de diálogos, de razones, del manejo inteligente de la tensión. Llenemos la historia de groserías (con el argumento de que le da un toque más real) y dediquémonos a asustar en el momento más inesperado, creyendo que así compensaremos los espacios que dejamos vacíos cuando inventamos la historia.