Por Carlos Arias

Ya era hora de que Robert Downey Jr. se hiciera cargo de un papel exigente y dejara al menos por un rato a los superhéroes. El actor de Chaplin (1992) regresa al cine de altas ambiciones después de sus líos personales con la ley y con la adicciones, con un personaje que incorpora justamente esa dimensión, al mostrarlo como un abogado rebelde a quien la ley y la justicia no le dicen gran cosa, salvo la oportunidad para mostrar su propio cinismo y capacidad para sacar provecho.

La película es El juez (2014), en la que Downey encarna a Hank Palmer, un abogado dedicado a defender a cualquiera por dinero, en un mundo de trampas legales y una vida privada de bajo o nulo compromiso emocional.

Pero Hank Palmer se enfrentará a una situación excepcional que pone a prueba sus límites cuando vuelve a su pueblo natal, tras la muerte de su madre, y debe reencontrarse con su su padre, Joseph Palmer (Robert Duvall), un severo juez tradicional con el cual parece tener diferencias insalvables.

El drama está servido, el juez aparece como encarnación del severo orden moral en el que se desenvuelve la justicia en un mundo tradicional de un pueblo rural de Indiana, mientras que el protagonista aparece como encarnación de los manejos legales del mundo moderno en la ciudad de Chicago. Por supuesto, está latente una lectura alegórica, en el enfrentamiento entre la justicia tradicional, confiable, aunque no muy apegada a los formalismos, y el mundo actual, cínico y sin más valores que el dinero.

El encuentro entre ambos personajes no es muy idílico, puesto que padre e hijo no se hablan desde hace años. Las cosas podrían seguir así, pero se complican cuando el juez-padre es acusado de asesinato en su pueblo y el propio hijo deberá encargarse de defenderlo, ya sea echando mano de sus artes de la abogacía de la gran ciudad o regresando a los “viejos valores” de la justicia a la antigua, como lo haría un “abogado decente y honesto”, según clama su padre. En el medio aparece el fiscal interpretado por Billy Bob Thornton, empeñado en conseguir una condena.

La película es claramente un vehículo de lucimiento para Downey Jr. Una mezcla de géneros que funciona muy bien por el equilibrio entre diversos registros. Por un lado está el “drama de juzgado”, en el que los abogados resuelven toda clase de asuntos ante los jueces y el público, incluyendo su propia moralidad; por otro lado, el drama familiar de reencuentro, pelea y de reconciliación. Por supuesto, no falta el thriller policiaco, con todo e investigación incluida, e incluso la comedia, con una familia disfuncional y cargada de diálogos ingeniosos.

Una mezcla para la cual el actor muestra solvencia y que hace pensar que toda la película fue planeada para relanzar a Downey Jr. en un cine más serio y adulto que el de los héroes Marvel de Iron Man y Los vengadores, o las aventuras de Sherlock Holmes, series en las que el actor está comprometido por varios años para nuevas entregas en el futuro.

La presencia de Robert Duvall es también una reaparición que se agradece. Se trata de una estrella indiscutida del cine de los 70, con un papel clásico como Tom Hagen, el abogado de la familia en El padrino (1972). Duvall aparece esta vez como un juez con Alzheimer, en una ironía en torno de la antigua forma de hacer justicia, al cual también tiene fantasmas que algunos quisieran olvidar.