Por Javier Pérez

No es la típica película de espías. No hay persecuciones ni intrincadas secuencias de acción. No vemos volcaduras ni explosiones. Acaso un par de asesinatos. La acción se centra en las tensiones surgidas en el servicio de inteligencia británico, horadado desde la cúpula por un traidor que hace trabajos para los rusos. Eso ha llevado a la salida de Control (John Hurt), quien sospechaba de los cinco hombres que le rodeaban: Percy Alleline “Tinker” (Toby Jones), Bill Haydon “Tailor” (Colin Firth), Roy Bland “Soldier” (Ciaran Hinds), Toby Esterhase “Poor Man” (David Dencik) y George Smiley “Beggarman” (Gary Oldman). Este último es su mano derecha, a quien exonera de las culpas llevándoselo cuando sale del servicio. Precisamente es a él a quien recurren para resolver el problema.

El espía que sabía demasiado adapta la novela de John Le Carré y se ubica en los años setenta, época de asperezas políticas motivadas por la Guerra Fría, entonces en pleno. El realizador Tomas Alfredson urde un relato fílmico de voces múltiples tomando como guía a Smiley, quien va armando el rompecabezas cuyo punto central está en el fallido caso de Hungría.

Las tensiones que crea Alfredson, apoyado en sus guionistas Bridget O’Connor y Peter Straughan, le deben más al thriller psicológico que a lo que actualmente se entiende por película de espías. Digamos que eso que solía llamarse intriga, donde la tensión está asociada más a un ambiente que a una situación. Las resoluciones son efectivas: Alfredson recurre a un diálogo apabullante (una razón por la que quizá Oldman esté nominado al Oscar como mejor actor) para dar el elemento clave del encuentro entre Smiley y Karla (el jefe ruso), ocurrido años atrás, en el que el espía británico manifiesta sus debilidades, o a la acción llana y brutal en la historia del espía Ricki Tarr (Tom Hardy) y su contraparte rusa. Ambas situaciones son, con todo y el contraste con que son abordadas, símiles: partes de una conspiración que aprovecha cualquier rescoldo para fraguarse.

La fotografía del suizo Hoyte Van Hoytema dota de un aspecto oscuro y añejo a la historia, elemento clave para manejar el tiempo en vaivén constante entre el pasado y el presente, entre las viejas épocas de bonanza y las turbulencias del ahora. Y apoya a subrayar la contención de Oldman: esa entereza imperturbable con que se caracteriza al viejo Smiley, más cercana a Jim Gordon y a Sirius Black que al corrupto policía Stansfield de El perfecto asesino.

Pero El espía que sabía demasiado, con todo y su reparto de icónicos actores británicos, no cuaja del todo. El ritmo sosegado le va bien aunque la intriga no resulta lo bastante interesante (incluso se adivina) como para atrapar del todo la atención. La fuerza actoral de Oldman no es suficiente. Ni Hardy ni Firth hacen el contrapeso adecuado. Y Hurt, aunque impecable, es más bien un elemento secundario.

La música del español Alberto Iglesias (compañero habitual de Pedro Almodóvar) a ratos acentúa perfectamente los matices del thriller, pero a ratos –y no son pocos– estorba a una historia que debía ser más silenciosa, capaz de construirse por sí misma, sin la intervención de más elementos. A Alfredson, director de la formidable cinta vampírica Déjame entrar (2008) que dirigió en su Suecia natal, le hizo falta completar el círculo. Habrá que seguirle la pista.