Por Verónica Sánchez Marín

Hoy ya resulta común encontrar una película en la que un escritor sea el héroe. Por lo común, lo más heroico es ser escritor. De ahí las expectativas que ha generado para los cinéfilos afines a los libros –o los esnobs que se jactan de serlo– El Cuervo, guía para un asesino (The Raven, 2012), el nuevo filme del cineasta australiano James McTeigue que nos presenta a un Edgar Allan Poe, interpretado por John Cusack, en sus días finales como un heroico luchador contra el crimen, tras la pista de un asesino en serie. Lo lamentable es, en realidad, la poca emoción que despierta, para lectores y no lectores, esta teoría detectivesca tan predecible.

Los hechos que se narran en la cinta están inspirados en el misterio que rodeó el deceso del autor del célebre poema de terror El Cuervo, quien fue hallado el 03 de octubre de 1849 en una banca de un parque de Baltimore, en medio de un delirio que lo acompañó hasta su último suspiro. A partir de este argumento, McTeigue ficciona las últimas horas de vida del autor con la aparición de un homicida fanático de los cuentos de Poe –todo un rockstar de las letras, equivalente a un Wes Craven o un Stephen King de hoy en día–, que a manera de manual ejecuta paso a paso los crímenes descritos en relatos como “El pozo y el péndulo”.

Como el punto de partida suena atractivo, lo que se esperaría es que la narrativa cinematográfica evocara el suspenso del autor, quien aparece con su mascota, un mapache (la leyenda de los eruditos en la vida y obra de Poe especula que de hecho murió de rabia a causa de una mordedura del lindo bichito.) Al principio, el director intenta recrear la atmósfera sobrenatural del poema al filmar al estilo de Tim Burton.

En la película, Baltimore, donde vive el escritor, se concibe como una ciudad de piedra, niebla, humedad y maderas oscuras. Los aciertos de la producción están más encaminados a los efectos visuales y la fotografía –obra de Danny Ruhlmann–, que permiten escenas violentas muy verosímiles y poco aptas para quienes gozan de ascos fáciles. Como buen hollywoodense, no pierde la oportunidad de partir a la mitad un cuerpo y hasta mostrar el momento exacto de una degollación. En la narración, los motivos de Poe en la búsqueda del asesino no es sólo el orgullo herido de la literatura, sino también el amor por su prometida, Emily (Alice Eve), secuestrada por el homicida. La conclusión es congruente con lo poco que sabemos del escritor.

La pareja debe sortear varios obstáculos para que el romance llegue a buen fin (o algo parecido). Sin llegar a las mieles de Crepúsculo, sí hay mucho de ternurita en esta cinta. A partir de ahí, como los enamorados adolescentes, la narración se vuelve predecible, con actuaciones poco memorables, a excepción de un emotivo Luke Evans (Detective Emmett Fields).

Cusack proyecta a un Edgar Allan Poe encasillado en el estereotipo del escritor borracho, lo cual es un desacierto, pues las enfermedades de Poe le impedían beber en exceso, aunque sí ponerse happy con láudano y otras ingestas narcóticas muy de moda, como el opio en estado puro (su favorito). Incluso se muestra menos risueño de lo que era. La onda en la que aparece, lo vuelve un artista dark con un estilo decadente muy a La ventana secreta. Es más: ¿por qué no darle el papel al propio Johnny Deep? Al final, el personaje despertaba más risas que lástima o sentido trágico.

Aunque la narrativa predecible y la poca credibilidad de los personajes dejan mucho que desear para una producción que se antojaba épica y no sólo palomera,El Cuervo es un filme que sí vale la pena por dos razones: primero, por la singularidad de su trama: la tradición del thriller semisangriento; y segundo, por el rescate de la figura y obra de un gran escritor con un argumento interesante.