Por Ira Franco

Quizá no haya un papel más hecho a la medida para Benedict Cumberbatch que el de Alan Turing, el matemático que resolvió los sistemas criptográficos de los nazis y con ello ayudó a los aliados a ganar la Segunda Guerra Mundial, sólo para ser perseguido brutalmente después por su homosexualidad.

Sus dotes actorales son indudables, pero el éxito de Cumberbach también viene de su físico, sus ojos inteligentes, casi alienígenas, lo convierten en un extraño espectáculo del que no puedes quitar la vista.

Bajo la estupenda dirección del noruego Morten Tydlum, el ritmo de la película es vibrante. Se trata de una cinta tradicional hollywoodense casi perfecta, un filme convencional acerca del tipo menos convencional de su tiempo.

Por otro lado, se agradece una cinta de la Segunda Guerra en la que no se dispara un solo tiro, en la que no tenemos que aguantar a un solo oficial de la SS descabezando a alguien. En El código enigma se visita otro tipo de horror: el de las leyes británicas, capaces de ordenar la cárcel o la castración química a los homosexuales como Turing.

Hay algo muy noble en retomar ese tema, la sociedad moderna le debe una gran disculpa a aquellos homosexuales y especialmente a Turing, pero además hay que hacer pública su inconmensurable contribución a la sociedad moderna al proponer un tipo de inteligencia artificial que luego devendría en lo que hoy conocemos como computadoras.

No hay pierde con esta cinta, es necesaria, bien actuada y muy entretenida.