Por Carlos Arias

No es nada personal, es la economía. Con este argumento despiden a Sandra (Marion Cotillard), quien trabaja en una pequeña fábrica de paneles solares en una zona industrial de Bélgica. Ella estuvo ausente por haber sufrido de una depresión y su jefe se dio cuenta de que la empresa podía trabajar con un empleado menos.

Nadie se queja. La mayoría de sus compañeros acepta que despidan a Sandra, sobre todo porque después cada uno recibirá un bono extra de mil euros. Por ello, junto a su esposo Manu (Fabrizio Rongione), Sandra emprende la tarea de visitar en dos días a cada uno de sus 16 ex compañeros de trabajo para intentar convencerlos de que reconsideren su decisión. ¿Cambiarán su voto, eligiendo esta vez conservar el trabajo de Sandra, aun por encima de su beneficio personal?

Esta sencilla anécdota es la línea argumental de Dos días, una noche (Deux jours, une nuit, 2014), dirigida por los hermanos Jean-Pierre y Luc Dardenne. Esta película belga se convirtió en una de las favoritas del pasado Festival de Cannes y le valió una nominación al Oscar 2015 a su protagonista, Marion Cotillard, uno de los poco habituales casos de un actriz candidata a llevarse el hombrecillo dorado con una película no hablada en inglés y realizada por fuera del circuito hollywoodense.

Cotillard ya es bien conocida. Interpretó a Edith Piaf en La vie en rose (2007) y llegó a los públicos más amplios con Batman, el caballero de la noche asciende (2012). Pero esta vez deja de lado cualquier asomo de glamour y construye un personaje que inicia como muy poco atractivo, una mujer que consume antidepresivos de manera constante, como único recurso para no estallar en llanto, y que se avergüenza de mostrarse vulnerable ante sus ex compañeros de trabajo.

Lo que realza el desempeño de la actriz francesa y consigue llevar a la película al primer nivel es el estilo que le imprimen los Dardenne. La película construye una mirada realista-documental, con cámara en mano y una edición entrecortada y “casual” que sirve para poner en escena un retrato de la crisis económica europea, el capitalismo salvaje, los despidos y el sentimiento de “sálvese quien pueda” que parece haberse apoderado de todos los personajes.

La película asume algunos de los rasgos neorrealismo clásico, como el tiempo limitado a un periodo muy breve, la mirada minuciosa y cotidiana, el registro de conductas sociales y sobre todo el recorrido del personaje central por un pasaje urbano y humano. Montados en su Ford Fiesta de hace algunos años, Sandra y Manu recorren los suburbios, los edificios y los barrios residenciales, un paisaje de clase media devastada por la crisis, como les ocurre a ellos mismos y a los países “pobres” de Europa.

A la manera de neorrealismo de la posguerra, la película consigue convertir una historia corriente, incluso vulgar, en un asunto cargado de poder emocional y hasta de suspenso. ¿Conseguirá Sandra recuperar su trabajo?