Pareciera que, en la exitosa carrera de Carlos Cuarón como guionista, conforme pasa el tiempo sus personajes se van volviendo más jóvenes. Porque de los problemas sentimentales de los treintañeros clasemedieros de Sólo con tu pareja (1991) a la pareja de charolastras primero veinteañeros desenfrenados en Y tu mamá también (2001) y luego los competitivos hermanos futbolistas-cantantes gruperos de Rudo y cursi (2009), en su taquillero debut como director, ahora los protagonistas de Besos de azúcar (2013) son un par de adolescentes, casi niños, envueltos en un poco romántico cuento de hadas ocurrido en el barrio bravo de Tepito.

Pero mientras Mayra (Daniela Arce) y Nacho (Carlos Kansino) se internan gradual y torpemente en el emocionante sendero del primer amor, el complejo mundo exterior pareciera no sólo cerrarles las puertas sentimentales, sino mostrarles una cara desgarrada y repleta de violencia y agresiones. La lógica del zape, la patada y el apodo impera en la familia del pobre Nacho, no sólo de sus compañeros de secundaria, además de su madre Licha (Paloma Arredondo), policía de crucero; su padrastro El Joao (Enrique Arreola), vendedor de películas pirata, de sus obesos medios hermanos y hasta de la abuela postiza, hasta encontrar, como único refugio al inadaptado e inmaduro Cacayo (Héctor Jiménez), dedicado a copiar películas y a gastar su dinero en las máquinas de videojuego.

Mayra es hija de La Diabla (Verónica Falcón), lideresa de los vendedores ambulantes y su hermano, el Chikibuki (Kristyan Ferrer), es un sicario de poca monta que la hostiga sexualmente.

Ganador de un Ariel y de un León de Plata en Venecia, además de nominado al Oscar, Carlos Cuarón estrena su segundo largometraje este viernes, una semana después de que su hermano Alfonso arrasara la cartelera comercial con la fábula de aventuras en el espacio Gravedad.

¿Por qué ir disminuyendo, paulatinamente, la edad de sus protagonistas?

Necesitaba a dos niños con un pie todavía en la infancia y el otro empezando a entrar a la adolescencia, en la etapa de la cristalización del ego, en la que empieza a haber el desorden y la ruptura estructural que es la adolescencia. Y eso era lo específico. Costó mucho trabajo encontrar a estos dos niños. Primero armé un taller de actuación infantil con mucho rigor, impartido por Paloma Arredondo, que es quien hace de Licha, y reclutamos gente a través de Viridiana Olvera, la directora de reparto. Y fue la disciplina y el rigor que mantuvimos durante un año lo que me permitió encontrarlos, aunque significó volver a educarlos y ya, después, por supuesto, disfrutarlos. Tuve el privilegio de empezar a disfrutarlos unas doce semanas antes del rodaje que fue cuando decidí cerrar el taller y los elegí a ellos dos.

La película ocurre en el barrio de Tepito y el entorno es retratado con mucha violencia. Aunque no hay sangre ni muerte, sí hay insultos y actos denigrantes.

Es que es parte del contexto. La violencia intrafamiliar es algo que se vive en México todos los días y en porcentajes altísimos, pero se tiende a tapar el solo con un dedo. Intento, con este retrato social ¿preguntar es si queremos seguir haciendo eso, porque el zape es una humillación constante, es como una guerra de baja intensidad, como la que vivimos hoy en día, en el país , la guerra contra el narco. Es lo mismo, nada más que a nivel social familiar. Es el zape más el lenguaje. Si te das cuenta, en la película, la violencia viene de los adultos, no de los niños. Son sobre todo la violencia del Chikibuki, por un lado, y por otro los papás del niño que son más mesuraditos y coloquiales. Nacho no dice groserías sino coloquialismos y Mayra sólo dice groserías cuando le tiene que salir La Diabla que trae dentro, en un momento dramático muy importante, de rechazo. Pero esa carga violenta del lenguaje no está en los niños porque ellos son la pureza, ellos son la luz, ellos son la inocencia. Los adultos, en la película, implican todo este mundo oscuro que es el que está empujando al abismo y hacia la nada a la gente que vale la pena. Y en este caso ellos se convierten en una metáfora.

La película posee un tono de fábula, pero también una adaptación muy libre del clásico amor imposible a la Shakespeare.

La parte de Romeo y Julieta es totalmente accidental porque Luis (Usabiaga, el coguionista) y yo somos tan ignorantes e incultos que no nos dimos cuenta, ni nos pasó por la cabeza y ya que lo terminamos y lo leímos, nos dimos cuenta por distintas razones y nos reímos. Yo me di cuenta, por ejemplo, que Chikibuki es Mercucio, el hermano de Julieta. Fue totalmente inconsciente, porque es un arquetipo universal. Y más que una fábula es un tono de cuento de hadas urbano contemporáneo mexicano en el que están sus arquetipos: la bruja y su asistente, el padrastro, el tonto del pueblo que además se convierte en el mentor del niño. Eso sí fue mucho más consciente.