Por Josue Corro

Darren Aronofsky es de los pocos directores

que aún pueden darse el lujo de proponer sus reglas en la industria. Su

cine de autor es heredero del movimiento "New Hollyood" que surgió en Estados

Unidos a principios de los 70, y dio vida a directores como Scorsese, Coppola, Allen

o Altman. A lo largo de un poco más de diez años de carrera, sus películas se

pueden distinguir a la perfección: seres humanos que llevan sus deseos mundanos

a los extremos.

Hace un par de años, Aronofsky mostró en El luchador, el masoquismo -tanto masculino,

como físico- de un hombre por vivir a través de los recuerdos, y su obsesión

por ser perfecto en su trabajo. Su nueva cinta, El cisne negro, parece una secuela de este film, pero enfocada en una bailarina de ballet (no por nada

Einsentein alguna vez dijo que «las bailarinas eran las atletas de Dios»). Aquí

Nina es una joven atrapada por sus propias ambiciones -ser la estrella en El lago de los cisnes-; el narcisimo de

su madre, y también por Lilly, una nueva compañera mucho más joven, talentosa y

sensual.

La cinta es un logro cinematográfico sobre la fusión de géneros (otra

especialidad de Aronofosky), un sutil acercamiento a la sexualidad, y una joya

de talento actoral, encabezada por Natalie Potman. Su Nina es un personaje

atormentado que no puede lidiar con la presión de ser nombrada la bailarina

principal de su compañía de ballet. Un puesto que debe conservar, siempre y

cuando demuestre que puede interpretar al Cisne Negro: un papel cargado de

sensualidad, improvisación y pasión. Ella no posee estas características, es

una niña en cerrada en el cuerpo de una mujer, cuyas experiencias de vida son

tan banales como la decoración de su cuarto. Esta presión infligida es la parte

medular de la cinta: Nina comienza un régimen estricto de entrenamiento que la

agota física y mentalmente. Su vida está sometida estigmas, a alucinaciones asfixiantes,

y un interesante giro narrativo cuando aparece su doppelganger.

Aquí hay otra referencia con El

luchador: la similitud biográfica entre los actores protagónicos, y los

personajes que interpretan. Mickey Rourke resucitó a través de "The Ram"

Robinson. Portman, en el papel de su vida, al igual que Nina sufre por lograr

convencernos de su talento como actriz y bailarina. Aronofsky la exprime y ella

lo refleja en sus rictus y la taquicardia que nos inspira. Su recompensa está

en la cosecha de premios que se verán culminados con una estatuilla dorada.

Aunque Portman se llevará los galardones y el crédito en la

memoria del público, todo el mérito de esta obra es del director. Sin darnos

cuenta nos lleva del drama al thriller psicológico con naturalidad. Este cambio

de ritmo y lenguaje recuerda trabajos de David Cronenberg, y a Repulsión de Roman Polanski. Incluso

varios temas que se hallan en el film son referencia inmediata de clásicos: la

rivalidad femenina de All about Eve, o

la sádica y enfermiza relación madre-hija de Mommy Dearest o Carrie.

A

pesar de las influencias, el sello clásico de Aranofsky se distingue desde los

primeros minutos, gracias a la atención en los detalles físicos -sí, escenas viscerales-

y la maleabilidad con que juega con la psique femenina. Pero lo más estridente

es la forma en que ha mostrado que la

fragilidad humana no está en un cuerpo delgado de una bailarina, de un luchador

envejecido, ni de una mujer adicta… sino que todo está en nuestra mente.

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