Por Carlos Arias

Carlos Cuarón, el guionista de cabecera de las películas mexicanas de su hermano Alfonso Cuarón (“Sólo con tu pareja”, “Y tu mamá también”), se lanza nuevamente al ruedo como director (tras debutar con Rudo y cursi). Lo hace con una película que, paradójicamente para un guionista, tiene una anécdota mínima y una historia sin muchas complicaciones.

Se trata de “Besos de Azúcar” (México, 2013), la historia de crecimiento de un preadolescente en un barrio bravo de la capital mexicana, un héroe infantil que se enfrenta a un mundo violento y a una familia agresiva, a la vez que vive su primer amor.

“Besos de Azúcar” se asume de entrada como una versión local de “Los 400 Golpes”, de Francois Truffaut, ambientada en una colonia popular de la capital mexicana. Para vencer en su batalla contra el mundo, el protagonista cuenta con un arma secreta: una cámara de video Sony robada a los fayuqueros del mercado local.

Es claro que la intención de Carlos Cuarón no es la de ser realista ni de retratar el verdadero mundo de la pobreza urbana. Su versión sobre la vida puertas adentro en una colonia popular parece el retrato de un barrio bravo realizado por alguien que nunca salió de La Condesa.

El resultado es un mundo que parece una verdadera pesadilla de la clase media: los personajes hablan todo el tiempo en “ñero” y con acento cantadito, muchos “órales” y “chales”, se pegan zapes, se acosan y se dicen groserías mutuamente como única forma de relacionarse. Un mundo asfixiante donde solo hay agresión, ninguna solidaridad y menos aun amor.

La única excepción es el protagonista, Nacho (César Kancino), el niño víctima de bullying, maltratado por su padrastro vendedor de películas piratas (Enrique Arreola) y por su madre agente de tránsito (Paloma Arredondo), y que sólo cuenta con amistad del Cacayo (Héctor Jiménez).

Si bien la primera reacción ante la película puede ser la del escepticismo, “Besos de Azúcar” termina por seducir con la historia de amor entre el protagonista y la adolescente Mayra (Daniela Arce), quien resulta ser hija nada menos que de la lideresa del mercado, La Diabla (Verónica Falcón), y hermana del matón del barrio, el Chiquibuki (Krystian Ferrer).

El Nacho de Carlos Cuarón pude sonreír porque posee lo que el mismísimo Antoine Doinel de Truffat no tenía en su huida del mundo adulto: una novia para llevar de la mano y una cámara de video en la mochila.

“Besos de Azúcar” es una especie de cuento de hadas juvenil, en el que el protagonista aparece con la cámara de video como su flauta mágica para rescatar a la princesa del palacio de la reina malvada. Mientras, para reforzar el carácter excéntrico del protagonista, su mundo privado aparece bajo la banda sonora de ¡las sonatas de piano de Beethoven!

Un barrio bravo a ritmo de Apassionatas y Claros de Luna, interpretados al piano por Carlos Adriel Salvarón, cuyo Beethoven suena tan fuera del canon interpretativo como la misma película se sale del realismo al retratar el mundo de lo popular chilango. En suma, la película posee el encanto de lo realizado según sus propias reglas, con muy poca obediencia a lo establecido.

Aunque los personajes parecen pura caricatura, la película muestra excelente factura con secuencias notables como la persecución de la mano del conocido “presto agitato” de la Sonata 14, y actuaciones brillantes que logran darle verosimilitud a los sucesos más improbables.